lunes, 1 de agosto de 2011

EL RIO DE LOS PAJAROS PINTADOS

“Un país con el nombre de un rio, un edén olvidado, un campo al costado del
mar, pocos caminos abiertos, todos los ojos en el aeropuerto, unos años 
dorados, un pueblo habituado a añorar”
                                                        Jorge Drexler.




Por. Lylieth Varela Fagúndez. *


Cuando Carlos Mario me invitó a escribir en el Opinador Global, un variado abanico de temas se desplegó en mi mente como una manera más para expresar ideas y percepciones de una Colombiana en Uruguay.  Es así, que estoy desde hace más de un semestre en la tierra de Benedetti, del vino, la carne, el mate y el candombe; la tierra libertada por Artigas, narrada por Onetti , Quiroga y Juana de Ibarborou, madre de Eduardo Galeano y tantos grandes pensadores que son emblema de orgullo latinoamericano.

Curiosamente quienes hemos nacido en el norte del sur de América, criados entre el barullo, la alharaca y la espontaneidad en medio del caótico mundo que ríe para no llorar, nos preguntamos por qué al llegar a Uruguay nos encontramos con una tierra inconforme, tímida, cauta y limitado el orgullo de su identidad.  Soy apresurada y un tanto atrevida en hablar de esa nostalgia latente en los rostros amables de los Uruguayos y Uruguayas; más esta semana en que una de  sus mayores  pasiones,  el futbol, alejó por instantes ese espíritu melancólico que tiñe a los Uruguayos, para celebrar merecidamente la quinceava Copa América  de los ilustres jugadores de la selección nacional, un orgullo que impregnó a los que somos parte de este territorio.

En esta ocasión quisiera hablar un poco de las reflexiones, a las que he llegado a partir de mis observaciones, por supuesto, subjetivas y personales.  Al  expresar sobre el limitado orgullo de algunos Uruguayos y Uruguayas, lo hago con mucho respeto y con incredulidad sincera, debido a los comentarios generalizados de quienes me rodean, de aquellos que se autodenominan “Homo uruguayensis pesimismus” quienes consideran que son de un país donde no pasa nada, donde no hay paisajes, donde son los pequeñitos del continente, “somos un país chico” te reiteran permanentemente y con una desazón crónica que a veces espanta. 

Estar en este sur, en este paisito de corazón grande ha permitido entender un poco aquellas palabras de José Gervasio Artigas cuando decía “sean los orientales tan ilustrados como valientes”, curiosamente y para sorpresa de muchos yoruguas esa sabiduría centenaria de su libertador se encuentra presente y permanece en las acciones. Y muy a pesar de su timidez, encontramos desprevenidamente ese sentimiento nacionalista al apostar por lo propio, la decencia por el respeto al otro, la tranquilidad en su andar, la sabiduría espontánea de no querer olvidar los días y las noches aciagas de una dictadura recientemente finalizada pero no desmemorizada, de pensar en la salud como un derecho, una necesidad; de emprender como camino la educación para esculpir el bienestar de todos y todas (una educación  gratuita y obligatoria).

Sin embargo, como  siempre hay peros, los reproches no se hacen esperar, la deserción en la educación es un reto que el gobierno del frente amplio quiere combatir, la gente inconforme eleva sus quejas debido a que no entienden “porque Uruguay esta tan mal!!!” , la percepción de inseguridad ha aumentado, de ahí que la oposición quiera conseguir una ley que promueva la baja en la edad de imputabilidad para que los jóvenes paguen como adultos, o casos paradójicos como la inalcanzable modificación de la ley de caducidad  para que los milicos torturadores dejen de esconderse en la impunidad. Hay un sinnúmero de casos para discutir y abordar (y ¿por qué no?, comparar reflexivamente con la realidad vivida en mi amada Colombia). No obstante este país es un ejemplo de cómo la izquierda puede llegar a gobernar, qué es tener un presidente que militó en los Tupumaros y estuvo preso, es notable ver como hace para sobrevivir esta orilla oriental del rio de La Plata de aproximadamente 3 millones de habitantes ante las adversidades y presiones de un mundo que se deposita a sus costados y que presiona para entrar con monocultivos de soya, maíz transgénico, papeleras y minas a cielo abierto de hierro entre muchas otras singularidades del desarrollo arrasador. 

En esta ocasión solo quise traer un corto bosquejo de estar y ser parte de esta tierra de mis ancestros maternos, esta “patria” que intento reconocer, descubrir para reinventar y visibilizar una porción más de este territorio de asombros y mixturas llamado Latinoamérica. 

* Ecóloga de la Fundación Universitaria de Popayán. Estudiante de maestría en Ciencias Ambientales de la Universidad de la República, Uruguay. Colaboradora del "Opinador Global"


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