miércoles, 18 de mayo de 2016

Anaime: una comunidad que se resiste a la codicia del oro

Por: MarioossaM

Panorámica del Corregimiento de Anaime - Municipio de Cajamarca (Tolima)/Fot: Carlos Mario Marín Ossa


La codicia e insensatez  de los mercaderes globales, ha tocado las puertas de las casas y los territorios de decenas de comunidades colombianas en busca de minerales para explotar, sin importar los daños medioambientales que se causen con dicha actividad, el tejido social que elimina, el futuro que se diluye en lagunas asquerosas de cianuro o en montañas de escombros removidos por causa de la megaminería a cielo abierto. Parece que en el mundo contemporáneo, lo mega es sinónimo de tragedia y miseria.

Anaime es un corregimiento del municipio de Cajamarca (Tolima) ubicado en medio de cordilleras verdes y ricas en diversidad biológica, con tierras fértiles para la labor ancestral de la agricultura. Sus gentes son amables y hospitalarias. Anaime se reconoce a sí misma como la “despensa agrícola de Colombia”. Todo se da en esta tierra generosa.

Pero bajo estas tierras se esconde el motivo de codicia de los advenedizos que otrora llegaron de Europa a expoliar a los pueblos originarios y que hoy yacen en este hemisferio atados a los intereses de la corporación global de explotación minera: el oro.

La Transnacional Anglo Gold Ashanti llegó a estas tierras bajo diversas fachadas buscando explorar los potenciales yacimientos de minerales, especialmente de oro en esta región. Apadrinados por empleados oficiales y ministros que pasan del encargo público a la gerencia de esta empresa o a las de sus “amigos”, han obtenido licencias para explorar y potencialmente explotar el mineral dorado.


Los habitantes de Anaime se han organizado para resistir el embate foráneo y criollo de los mercaderes del futuro de los sectores populares. No desean que se cambie la vocación histórica de esa comunidad, como lo es la agricultura. Valoran más los alimentos y el agua que la codicia del oro. En diversas ocasiones tanto la fuerza pública como las autoridades civiles que gustan de hipotecarse a los patrones extranjeros han intentado hacer el trabajo sucio de la empresa minera, intentando seducir con dádivas a los pobladores. Estos con vehemencia los han rechazado e insisten en que la Anglo se vaya de su territorio. 


Hasta ahora ha sido asesinado uno de los líderes del Comité Ambiental. Los demás siguen firmes pues su amor por la tierra es más grande que el temor al poder del dinero y la avaricia. 

Anaime resiste.

domingo, 15 de mayo de 2016

De amaneceres y de ocasos

Por: MarioossaM

Hay amaneceres que se dan en sábado. De forma natural e imprevista. Amaneceres en bicicleta, por las rutas del terruño. Con un libro y una fruta. Con el rio a la vista y una  tibieza de mujer al lado. Y conversaciones que se inician mientras se huele el cabello de quien acompaña. El día crece y se visitan las veredas. Se comparte un café y un pan. Un vaso de leche de cabra, un helado, una sonrisa. Se comparte la cama, la cobija y la almohada. Una vela, un poco de vino, un beso y un abrazo. Se hace el amor. Se sirve un chocolate. Se comparte el agua de la ducha. Se repasa la geografía que se comienza a querer.

El día avanza.

Y los quehaceres aparecen. Se cumplen. Se sufren. Se disfrutan. Se visitan los bares. Se toma algún batido. Se mira a la mujer. La mujer mira o rehuye la mirada. Se desconcierta. Se ruboriza. Sonríe. Piensa. Piensa. Piensa.

De repente deja salir alguna expresión o una pregunta intrascendente, para no reconocer lo que piensa, para ocultarlo. Para no reconocer lo que siente. Se ruboriza. Es joven e intenta aprender. Trata de descifrar la vida. Se aísla, se comunica. Sonríe. Y piensa.

El día avanza. Es casi medio día.  Y se comparten espacios más íntimos, Se comparte el almuerzo, el camino. Se comparte la casa recién habitada. Un poco de compañía, de cercanía. Un paisaje, una conversación. Un apoyo pequeño pero fundamental. Algún anhelo. Algún sueño. Un desayuno, un café en la plaza. Una fotografía que recuerde que el día existió y que no es un juego del cerebro. 

Queda una memoria.

La tarde avanza. Se comparte un café, un poco de música. Un abrazo, un conato de baile. Se asume la ternura. Se ama, se suda, se mira fijamente, se pierde el ser en los abismos compartidos. Se sonríe. Se vive. Se comparte una camisa.

La tarde avanza. Melancólica. Con esa melancolía que se siente cuando muere el día. Cuando se acercan las penumbras. Una mirada surge. Pensamientos que se ocultan y se pierden en la vaguedad de las sombras. De lo que no se dijo. De lo que el temor impidió que floreciera. Se está aprendiendo. Aprender cuesta. Incluso cuesta la vida. Incluso cuesta historias.

La tarde avanza y llega el ocaso. Avanza la penumbra. De forma suave y contundente. La vacilación ante lo que se teme asumir. Aprender cuesta. Incluso cuesta lo que pudo haber sido.

Hay ocasos que se dan en sábado. Sobre una bicicleta que recorre los caminos del terruño hacia la despedida. Ocasos tranquilos. Sobre el césped de un parque. Ocasos con el balance de lo que no fue. Con un poco de jugo de siete frutas en la boca. Un último beso. Un último abrazo.


Hay ocasos que se dan en sábado.