sábado, 12 de septiembre de 2015

LOS MAESTROS, CRÍTICA Y HOMENAJE *


Por: Carlos Mario Marín Ossa

Proceso de educación Popular. Cumbre Urbana Alternativa. Foto/Carlos M. M. Ossa


En algunos países, de esos que llaman emergentes y que se han industrializado; uno de los factores claves para que en pocas décadas se pasara de unas condiciones socioeconómicas deplorables a una situación de crecimiento económico sostenido y mejor distribución del ingreso, ha sido el papel de los maestros dentro del sistema educativo por supuesto apoyado por políticas serias, trazadas desde los gobiernos respectivos y apoyados por el conjunto de la sociedad.

Colombia es un país que no cuenta con estas políticas serias podríamos decir que en toda la historia republicana. Sólo ha existido el tesón de maestros comprometidos y conscientes de su papel definitivo en la construcción de niños y jóvenes con calidades académicas, éticas, morales, intelectuales y políticas suficientemente sólidas para que como hombres y mujeres asuman la construcción de una sociedad mejor y con mayores perspectivas de equidad, inclusión, democracia y respeto por la diferencia. En el siglo veinte, los maestros se comprometieron con este papel a pesar de la adversidades creadas desde los centros de poder, que necesitan de un pueblo inculto para sobrevivir y mantener el disfrute de sus prebendas.

Pero tantos golpes a la economía de los formadores, a su estabilidad laboral e incluso a su dignidad, ha hecho mella por fin en su determinación y en su misión. Salvo contadísimas excepciones, nuestros actuales maestros han sucumbido a la indiferencia por el problema ajeno, han cedido ante el individualismo y la improvisación. No se ve el compromiso y la mística de la profesión, que se asume sabiendo que no se alcanzará la fortuna en dicha labor, pero que se dejará el legado de generaciones conscientes de su papel social transformador. Los sucesivos ataques desde los gobiernos nacionales, las estupideces malintencionadas y premeditadas de ministros y ministras de educación, han logrado sumir al gremio en condiciones deplorables, disminuyendo de paso su posibilidad de agremiarse de forma efectiva. Los nuevos maestros llegan a la labor con la incertidumbre de contratos cortos, poca estabilidad y baja motivación. Esas son las políticas del gobierno que nos acompaña hace 20 años. Pero también vemos como en los sindicatos, algunos maestros se atornillan a puestos burocráticos que justifican como conquistas del sector, conquistas que no comparten con sus propios compañeros. Esta situación no tiene diferencia con la que asumen los contradictores ubicados en las otras orillas políticas de los beneficiarios de las prebendas magisteriales. No es este el ejemplo que ayudará a construir un mejor país, que lleve a la unión y nuevo fortalecimiento del gremio.  Así también vemos como desafortunadamente algunos de los maestros, carecen de conciencia de clase, ya que se quejan permanentemente de los abusos a los que son sometidos por parte del Estado; y tan pronto llegan las votaciones de todos los niveles territoriales, se ponen del lado de sus verdugos y los eligen. Todo por beneficios coyunturales.

Pero llega el momento ahora de recordar a aquellos grandes maestros que marcan nuestras vidas, por sus posturas verticales y por asumir su papel trascendental en la formación y generación de sujetos sociales y políticos.

Hago un homenaje sentido a los profesores que me enseñaron a pensar, que me mostraron que el pensamiento único sólo conduce a la esclavitud, que el miedo se vence con el conocimiento y que debo mirar con beneficio de inventario todo lo que nos muestran como la verdad. Omar Zuluaga, fue mi profesor de historia en el colegio Nacional Popular Diocesano. Nos enseñó a recrear el conocimiento y a interpretar lo que nos decían los textos, leyendo entre líneas; y redactando innumerables páginas de aquello que entendíamos en las clases. En el mismo colegio, más adelante, Humberto Tumbaquí nos mostró el rigor de comparar el pasado con el presente resultante. De sus labios escuché por primera vez la palabra empréstitos –y no me sonó agradable- invitándonos y casi obligándonos a investigar las diferentes miradas que tiene un hecho histórico.

En la UTP luego, encontré a mi profesor de Economía Omar Montoya, quien me mostró cómo se dan las relaciones entre los distintos sectores de interés en una sociedad. Me mostró lo intuitiva que es esta ciencia. Finalmente, en la misma universidad, llegó a mi vida Guillermo Aníbal Gärthner Tobón. Abogado y maestro en toda la extensión de la palabra, con quien estudié ética y constitución. Maestro respetuoso de las ideas ajenas, quien sin intentar inocularnos las propias, logró que su sentir social se quedara impreso en nuestra vida.


A todos ellos, gracias infinitas por ser consecuentes con su misión y por asumirla con amor, respeto y mística. Quiero más maestros como estos y menos maestros indiferentes. Espero que el maestro que me lea, se encuentre en la categoría del final del texto.
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* Publicado originalmente en el periódico Hojas Sentipensantes.

sábado, 5 de septiembre de 2015

La paz como solución del conflicto social

“Las ideas son, a la larga, más fuertes que las armas”
Orlando Fals Borda


Por: Carlos Mario Marín Ossa

Tras cincuenta años de la violencia colombiana más contemporánea y en un momento histórico que reclama el fin del conflicto armado, es clave recordar que los antecedentes históricos, sociales y políticos que han engendrado nuestra guerra fratricida están lejos de resolverse pues el conflicto social no avizora signos prontos de resolución. La paz concebida en su alcance integral requiere cambios radicales en las estructuras económicas, sociales, culturales y políticas que conlleven a una justica social en la distribución de la riqueza, en el ejercicio de la soberanía, en el logro de la autonomía por parte del pueblo y sus comunidades, en el ordenamiento del territorio de acuerdo a las culturas y a las características geográficas comunes, entre muchas otras consideraciones.


Marcha Agraria a Bogotá. Año 2013. Foto/ Carlos M. Marín O.

Antecedentes de la violencia.

Es claro que la invasión europea a América y por supuesto al territorio que hoy ocupa Colombia, destrozó los sistemas de vida imperantes y que seguían su desarrollo histórico propio. La exclusión, discriminación y negación de toda forma de vida y de manifestación cultural diferente a la impuesta por el dominio eurocentrista marcó el inicio del ejercicio de la violencia como método político, económico y cultural en favor de las élites y de sus intereses.

La violencia siempre ha estado atada a la posesión de la tierra como factor de producción que no se reproduce como ocurre con otros, por ejemplo con los bienes de capital o con la mano de obra a través de la explosión demográfica. La tierra nada más y nada menos provee al ser humano del alimento y ello en un mundo cada vez más superhabitado y hambriento, constituye un elemento desestabilizador en torno a su posesión por los medios que sean necesarios. Pero también tiene un componente político que trasciende y transversaliza el eminentemente economicista.  Allí se tejen relaciones sociales, culturales, históricas y de poder bajo el concepto de territorio, que atizan la confrontación cuando son negadas o que impulsan la convivencia pacífica cuando son reconocidas.

Hay que recordar que luego de la guerra de independencia frente al dominio español, las élites criollas descendientes de europeos se disputaron el poder económico, político y social. Los sucesivos presidentes que tuvo la República llegaron con las visiones partidistas copiadas del modelo europeo y que negaban la realidad de las grandes mayorías mestizas, afrocolombianas e indígenas. La distribución del territorio se dio de forma amañada según los intereses de las élites y es una situación que llega hasta nuestros días.

Basta traer a colación la “evolución” del presidente Rafael Núñez, electo en 1884 como estandarte del partido liberal y que en sólo un año se adhirió al conservador con el << fin de aplastar definitivamente las insolencias de una chusma que reclamaba el reconocimiento de su condición humana, y cuyas aspiraciones, que las gentes tradicionalistas encontraban desmedidas, eran apoyadas por el liberalismo radical. >> [i]

El despojo de la tierra, la exclusión humana, social y política, la utilización de la fe como arma de control del pueblo eran sostenidas además con aparatos represivos organizados desde la oligarquía para mantener sus prebendas. Documentos históricos muestran por ejemplo, como antes de la IX Conferencia Panamericana de 1948, en Bogotá se dio un suceso en donde un hombre realizaba disparos al aire intentando amedrentar a estudiantes e intelectuales progresistas y que una vez detenido por la policía, luego de incesantes llamadas y confirmaciones resultó ser un detective de los aparatos del Estado. Inmediatamente fue puesto en libertad [ii]. Una situación bien conocida aún en nuestros días.

La violencia como disolución de viejas formas agrarias y de instalación del capitalismo en el campo y en la sociedad colombiana.

La búsqueda de las élites por concentrar la tierra en pocas manos se ha ejercido a sangre y fuego. De acuerdo a diversos autores, el proceso que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán Ayala y que había iniciado hacia 1928, tuvo dos desarrollos primordiales : uno de transformación progresiva a través de la violencia armada y ejecutada por los pájaros como aparato paramilitar de la oligarquía, apoyados por el Estado y el segundo, de equilibrio de fuerzas entre hacendados y campesinos del centro y suroriente del país. El primero se dio en el Valle del Cauca, el alto Cauca y el Eje cafetero. Allí el despojo se dio en condiciones de violencia sin par en contra de los campesinos dueños de tierras, fomentó la proletarización de los despojados y coincidió con el auge y consolidación de los ingenios azucareros del país. El segundo, se dio en la región del Sumapaz principalmente y se replicó con menor intensidad en el Tolima y territorios adyacentes. Allí el proceso fue de parcelación y disolución de las haciendas, generado por una correlación de fuerzas más equilibrada llevó a la invasión de las haciendas improductivas por parte de campesinos desposeídos y arrendatarios que utilizando la doctrina del Decreto 1110 de 1928 se negaron a pagar más por la utilización de la tierra y obligaron a los hacendados a “partir diferencias” [iii].


Toda reclamación Popular es reprimida por los aparatos armados del Gobierno.
Marcha Agraria a Bogotá 2013. Foto/Carlos M. M. Ossa
En 1953 el ingreso per cápita de la población rural era de 497 pesos y el de los grandes empresarios era de 2146 pesos [iv]. Recordemos además que durante el gobierno de Misael Pastrana Borrero se le dio un golpe contundente al campo y a sus posibilidades de supervivencia democrática en términos de distribución, cuando siguiendo los consejos de su asesor económico extranjero y formado en Harvard – Lauchlin Currie -, fomentó la migración hacia la ciudad de grandes masas de campesinos que no tuvieron el apoyo del Estado para trabajar en condiciones dignas; con lo cual se potenció la industrialización en las ciudades con mano de obra abundante y barata en paralelo que se impulsó la especulación financiera con la construcción de vivienda para los menesterosos y la adopción del sistema UPAC.

Como es más conocido, a partir de los gobiernos de Virgilio Barco Vargas y hasta nuestros días, el impulso a los modelos capitalistas de sobre-explotación de los recursos naturales, de privatización de los sectores estratégicos, de la salud y la educación, de reemplazo del aparato productivo nacional por el extranjero, de destrucción del empleo nacional y por consiguiente de la posibilidad de organizar un futuro digno para las mayorías nacionales, azuzan más las condiciones de guerra y conflicto en nuestro país.

La ventana de la paz, los post – acuerdos y el conflicto social.

En el ajedrez geopolítico y geoeconómico de los tiempos del neoliberalismo, se ha hecho imprescindible para los sectores contendientes en el conflicto armado colombiano, buscar una solución a los tiros de fusil. El anhelo de parte de la insurgencia armada es buscar las reformas necesarias para encontrar la solución al conflicto social luego de silenciar las armas y acceder bajo condiciones especiales, al poder político para buscar las transformaciones requeridas. La búsqueda de las estructuras oligárquicas, terratenientes y de especulación financiera tanto nacionales como extranjeras; es acceder a territorios, recursos naturales y “recursos humanos” para profundizar el modelo extractivo, la explotación humana y la especulación financiera en todos los sectores para maximizar sus ganancias y su riqueza.

Para llegar a una paz integral luego de los post acuerdos, es necesario solucionar el conflicto social. Ello se logra sólo cambiando estructuras de todo orden, el modelo económico actual y las condiciones de participación política incluída la directa.

Es necesaria una reforma agraria real y efectiva, para que la tierra se democratice y llegue a manos de quien la necesita y la trabaja. Existiendo el modelo agroindustrial en el campo, es necesario que se garantice la existencia, desarrollo y consolidación de sistemas agrarios cooperativos. El campo debe destinarse primordialmente a la siembra y cosecha de alimentos para garantizar la seguridad y soberanía alimentarias. Esa soberanía implica no depender de semillas patentadas y volver a la semilla ancestral.

El aparato industrial nacional debe preferirse por el extranjero en los sectores no desarrollados en el país. De igual forma debe ocurrir con el comercio y servicios de apoyo. Así se garantiza la creación de empleo  y su acceso.  La política macroeconómica debe enfocarse a la redistribución de la riqueza mediante una política que impulse el incremento de los salarios, para incentivar el consumo  social y la dinamización permanente de la economía, renunciando a una política que privilegie el control inflacionario y que de paso impida el acceso a mejores salarios. En general se debe tener una política económica que permita el desarrollo de diversas miradas por parte de las comunidades, las cuales no necesariamente se enmarcan en la dinámica capitalista.
Los sectores estratégicos como los servicios públicos, la salud y la educación deben ser nacionalizados y garantizados por el Estado. Incluso debería pensarse en que la educación sea pública, para garantizar que todos los estratos socioeconómicas accedan a iguales condiciones de calidad.

Finalmente y faltando innumerables estructuras por intervenir, los territorios deben jugar parte primordial en estos postacuerdos y la búsqueda de la paz integral. El ordenamiento territorial debe trazarse a partir de las identidades históricas, culturales, económicas, geográficas y de biodiversidad de los mismos y de las etnias y pueblos que allí habitan. Un ordenamiento del territorio basado en estas condiciones es lo que facilitará el reconocimiento de los pueblos, de la diversidad y la suma de las diferencias como constructora de fuerza e identidad nacional.

De lo contrario seguirá ocurriendo la confrontación entre colombianos, que nos trae a la memoria una imagen que en su momento relataba el sacerdote Claretiano Alcides Fernández cuando buscaba entre hombres poderosos una solución al problema de desplazamiento y desempleo: “ He visto las caras de los desocupados que rondan por las ciudades, y son las mismas que ví descender de las montañas, el nueve de abril de mil novecientos cuarenta y ocho para incendiar a Bogotá” [v].





[i] OSORIO LIZARAZO, J.A. GAITÁN: Vida, muerte y permanente presencia.  El Áncora Editores. 3ª. Edición. Pág. 12. Op. Cit.
[ii] GUZMÁN CAMPOS, Germán – FALS BORDA, Orlando – UMAÑA LUNA, Eduardo. La violencia en Colombia tomo II. Carlos Valencia Editores. 9ª. Edición. Pág. 363.
[iii] SÁNCHEZ, Gonzalo – MEERTENS, Donny. Tierra y Violencia, el desarrollo desigual de las regiones. Revista Análisis Político No. 6. ENE/ABR de 1989. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá.
[iv] GUZMÁN CAMPOS, Germán – FALS BORDA, Orlando – UMAÑA LUNA, Eduardo. La violencia en Colombia tomo II. Carlos Valencia Editores. 9ª. Edición. Pág. 252.
[v] FERNÁNDEZ GÓMEZ, Alcides. Sacerdote Claretiano. Alas sobre la selva. Edición Propia.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Genealogía de la nueva guerra*

El contexto actual de beligerancia social inducida a través de los medios de comunicación masiva colombianos y extranjeros frente a las diversas crisis sociales, económicas y políticas que se presentan, trae a la actualidad este texto escrito posteriormente a los ataques del 11S en Estados Unidos y muestran como se desarrollan las nuevas guerras en las mentes, desde el extremo del control remoto del televisor sin necesidad de salir de bajo de las sábanas.



Por: Josep Ramoneda (1)

  
Las claves de los conflictos bélicos han cambiado por completo. Como han demostrado los atentados terroristas contra los Estados Unidos, son enfrentamientos globalizados, sin fronteras y sin bandos estatales organizados. Las nuevas guerras son guerras de exclusión donde la principal víctima es la población civil, según se deduce de las más recientes novedades editoriales sobre el tema.

 
Lo importante es que los procesos conocidos con el nombre de globalización están destruyendo las divisiones culturales y socioeconómicas que definían los modelos políticos característicos de la era moderna.  Sobre esta idea, Mary Koldor construye su teoría acerca de la nueva guerra. La vieja guerra, la guerra que Occidente ha conocido desde los siglos XVII y XVIII, era una guerra entre Estados o coaliciones de Estados. Con ejércitos organizados, una economía de guerra basada en los recursos de cada Estado y unos objetivos políticos. Las necesidades de la guerra tuvieron un papel fundamental en la configuración de las Naciones – Estado modernas: impuestos y disciplina militar. En el siglo XIX, la guerra moderna hizo énfasis “en la dimensión y en la movilidad” y “en una necesidad creciente de organización racional y doctrina científica”. El siglo XX incorporó los ejércitos de masas y la guerra revolucionaria, portadora de algunos gérmenes de la guerra del siglo XXI. La culminación de esta lógica de la guerra moderna fue la guerra fría, construída sobre el principio  de la disuasión que se resolvió con la quiebra del bloque comunista. Lo que Kaldor llama la nueva guerra se generaliza a principios de los noventa como consecuencia de la gran inundación provocada por la caída del muro de Berlín.

El orden bipolar estable de la guerra fría desapareció. Occidente había ganado, Estados Unidos aparecía como una potencia sin parangón, con la única sombra de lo que pueda ser en el futuro la misteriosa y secreta China. La desigualdad entre adversarios había dado lugar a las llamadas guerras limpias, en que la potencia americana operaba  con su avasallador poder aéreo sin exponer la vida de sus combatientes. Guerra sin combate, en que los muertos eran invisibles, inscritos en la lista de los efectos colaterales. Vía libre para que la mundialización  se hiciera bajo la égida del modelo liberal – democrático. De pronto, sin embargo, se ha empezado a constatar que el gran hipertexto que tenía que unificar el mundo – del que Internet es a la vez expresión y metáfora, y el fin de la historia el argumento ideológico – no era tal, que en realidad lo que aparecía era la fragmentación y el conflicto.

Durante este tiempo se han producido cambios esenciales para pensar la guerra: los estados plurinacionales del mundo ex comunista se fragmentaron, dando vía libre a las pasiones nacionales y a una nueva irrupción de lo que Amin Maalouf ha llamado las identidades asesinas. Como recuerda Mary Kaldor, por lo menos desde los años setenta, en la Unión Soviética las nacionalidades se convirtieron en el paraguas legítimo que cubría la lucha de intereses políticos y en especial la competencia por los recursos en una economía de escasez.

Algo parecido ocurrió en Yugoslavia, otro Estado unido por el monopolio del partido comunista. Al hundirse los sistemas de tipo soviético, funcionó la alianza entre lo rojo y lo
pardo, entre las antiguas nomenclaturas (incluida la dirección de los ejércitos) y el nacionalismo que en muchas cosas evolucionó hacia lo étnico. “El nacionalismo”, dice Kaldor, “representaba la continuidad con el pasado y al mismo tiempo una forma de negar u olvidar una complicidad con ese pasado”.  Coincidiendo en el tiempo, en Africa, se ha llegado al agotamiento de los regímenes poscoloniales. A menudo regímenes personales, construidos sobre liderazgos forjados en la lucha anticolonial, no superaron el paso del tiempo. La corrupción, el despotismo, la dificultad de remplazar los líderes históricos, la avalancha de ciudadanos hacia las ciudades en unas economías completamente desequilibradas, la pérdida de protección del sistema de potencias – tutores de la guerra fría y el poder destructivo de epidemias como el Sida y la malaria han creado situaciones insostenibles, que en lo tribal y lo mafioso se cruzan ante cualquier intento de crear Estados modernos.

Europa ha iniciado un proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar, en una espiral de privatizaciones que incluirá la venta de parte de los activos del monopolio de la violencia legítima, que caracterizaba al Estado moderno.
 
 

En fin, como ha explicado Ives Michaud, “el valor de la universalidad de los derechos del hombre pone profundamente en duda las soberanías nacionales, en beneficio de un gobierno de funcionarios de lo universal y de jueces transnacionales”. Pero la incapacidad política de dotar de poder y legitimidad a este Gobierno agrava la sensación de vacío.

En este vacío político, “de pérdida de ingresos y legitimidad de los Estados”, de “desorden creciente y fragmentación militar”, estallan las nuevas guerras que describe Mary Kaldor. Son guerras globalizadas, porque en un mundo que se ha hecho más pequeño lo que ocurre en un sitio puede tener repercusión en muchas partes y porque desde los combatientes locales hasta las organizaciones internacionales y los Estados intervencionistas pasando por la ayuda humanitaria y las ONG son muchos y de muy distintas procedencias los actores que intervienen. La televisión consolida la globalización y configura la actitud de las opiniones públicas de los países occidentales, entre la compasión y el miedo.

Las nuevas guerras son guerras de exclusión, basadas sobre la adhesión a principios identitarios, con diversidad de actores militares, que rehúyen el combate convencional y provocan muchas más muertes entre la población civil que entre los propios combatientes organizados y no reconocen ninguna regulación ni legislación internacional.

Los principios identitarios las diferencian de las guerras revolucionarias. Los señores de la guerra provocan la adhesión a una etiqueta más que a una idea. Una marca, como si de un producto de consumo masivo se tratara. No hay más proyectos de futuro que la homogenización étnica y religiosa.

El fracaso de los Estados va acompañado de una privatización cada vez mayor de la violencia. Las unidades de combate son diversas: los ejércitos convencionales o lo que queda de ellos, los grupos paramilitares, generalmente formados por gente proveniente de los ejércitos que trabajan para el propio Estado o para carteles mafiosos, los mercenarios, los ejércitos de las instituciones internacionales que generalmente no entran en combate, los ejércitos extranjeros. Ignatieff explica que para los jóvenes guerreros el arma como emblema ha sustituido el papel del uniforme. La sexualidad primaria del varón adolescente preside la subcultura de unas guerras en que las bandas paramilitares actúan a menudo como franquicias de los Estados para hacer los trabajos más sucios que estos prefieren delegar.

Naturalmente, esta privatización de las unidades de combate afecta la economía de guerra. Los combatientes acuden a la extorsión y el pillaje para sustituir los salarios que no reciben. Las unidades en conflicto buscan ayudas externas, se apoyan en traficantes internacionales y se queda parte de la ayuda humanitaria.

La estrategia no es tanto de ocupación de un territorio como la expulsión de una población y busca, por la vía de la adhesión identitaria, máxima implicación de la ciudadanía en l conflicto.

Las nuevas guerras son causa permanente de oleadas inmigratorias. La política de identidades excluyentes cierra las expectativas de futuro.

Las nuevas guerras son muy difíciles de terminar por las complicidades de los protagonistas, por la trama económico-mafiosa que se teje sobre ellas. Y por la incapacidad de la comunidad internacional de operar positivamente sobre ellas. El ejemplo de la ex Yugoslavia es evidente, el resultado final de un conflicto largo y superinternacionalizado ha sido la legalización de la limpieza étnica. Una sociedad plural se ha convertido en un mosaico de fragmentos étnicos.

Corresponde el ataque terrorista a Estados Unidos a este nuevo modelo de guerra definido por Mary Kaldor? Hasta ahora las nuevas guerras ocurrían extramuros: fuera de Occidente, a lo sumo en espacios fronterizos. Esta vez la violencia globalizada ha dado en el corazón del sistema. A través de la televisión, los occidentales asumíamos el papel de voyeaurs con conciencia humanitaria (Ignatieff), de unas guerras degeneradas (Martin Shaw).

De un modo súbito y dramático nos sentimos incluídos en el territorio del estado de violencia. Había habido avisos, todos los países han sufrido fenómenos de terrorismo, pero este ataque es de otra dimensión: es, para decirlo en términos de Clausewitz; la subida a los extremos de la nueva guerra. Y en el extremo, la guerra se convierte en estado de violencia salvaje.

“Una vez abatidas las barreras de lo posible”, decía Clausewitz, “es extremadamente difícil volver a colocarlas” . El ataque a Manhattan rompe definitivamente los límites de lo posible. Pero es un ataque hecho por un comando invisible, que se desconoce de que Estado es franquicia. Es un salto efectivo en la globalización de la nueva guerra, que nos sitúa en un estado de violencia generalizada. La violencia lo simplifica todo, y sin embargo, como concluye Mary Kaldor, sólo desde la reconstrucción política de la legitimidad se puede controlar la violencia.

Ignatieff ha descrito así el orden causal que conduce a las guerras identitarias: primero cae el Estado, luego aparece el miedo hobbesiano, sigue la paranoia nacionalista como respuesta a la destrucción del orden y de la convivencia, y, finalmente, estalla la guerra.

Es la genealogía de la nueva guerra.

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* Publicado en El País de España. Sábado 22 de septiembre de 2001.
 
(1) Josep Ramoneda (1949) es Filósofo, periodista y escritor español.