miércoles, 21 de agosto de 2019

Negacionismo histórico en Colombia




*Fragmento de la editorial de la Revista CEPA No. 28 de 2019

El negacionismo histórico en Colombia es de vieja data, compatible siempre con la desigualdad estructural y la injusticia que permea a nuestra sociedad, y en el cual han sido partícipes directos las jerarquías católicas, miembros del partido conservador y militares. Así lo demuestra lo acontecido durante la Masacre de las Bananeras (1928), perpetrada por el Ejército colombiano , cuando el comandante de ese operativo criminal, el General Carlos Cortés Vargas, la negó aduciendo que solamente habían muerto nueve personas, uno por cada punto del pliego de peticiones que habían presentado los trabajadores.

Los voceros de diversos sectores de las clases dominantes (agrupados políticamente en torno al Centro Democrático) han sentado las bases de un nuevo revisionismo histórico sobre importantes luchas de las clases subalternas o acciones que las afectan. Al respecto, la Senadora María Fernanda Cabal, ligada al gremio de los ganaderos, ha dicho que la masacre de las bananeras fue un invento de Gabriel García Márquez, que nunca aconteció. Esa misma senadora ha agregado que los asesinatos de Estado durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (conocidos con el eufemismo de “falsos positivos”) estaban justificados porque los ejecutados eran unos delincuentes, que en el Palacio de Justicia no hubo desapariciones forzosas porque “ya están apareciendo” y, por supuesto, que en Colombia no ha habido conflicto armado, sino una amenaza terrorista…

Ahora el negacionismo histórico tiene nuevos bríos, más evidentes si se tiene en cuenta que desde hace algunos años se venía hablando de manera recurrente de la paz, haciendo alusión a la desmovilización de la guerrilla de las FARC. En el contexto de aparente fin del conflicto armado con una de las partes, se generó la ingenua suposición de que ahora si iba a brillar la luz de la historia y se esclarecería la responsabilidad criminal del bloque de poder contrainsurgente (formado por el Estado y las clases dominantes) en la guerra que nos asola desde hace más de medio siglo.

Esa vana ilusión pronto se ha esfumado, tanto en lo referente a la interpretación histórica como al incumplimiento descarado de los mal llamados “acuerdos de paz”, por parte del Estado colombiano y las clases dominantes, que han hecho trizas los acuerdos de La Habana y del Teatro Colón.


Este negacionismo histórico criollo enfatiza como idea cardinal que en Colombia no ha existido conflicto armado. En esa dirección, los intelectuales y periodistas orgánicos de la extrema derecha nos aseguran que el democrático Estado colombiano ha estado asediado por terroristas y, en legítima defensa, ese Estado y las clases dominantes se vieron obligadas a  organizar  grupos de matones para defenderse y proteger la sagrada propiedad privada. Con este presupuesto se bendice al paramilitarismo, al que se presenta de manera benigna como una respuesta adecuada a la existencia de la guerrilla, sin que se relacione con decisiones políticas del Estado y las clases dominantes. En el mejor de los casos, si existieran responsables por parte del Estado son simples casos aislados (unas cuantas manzanas podridas), pero no responden a ninguna estrategia estructural de fomentar el terrorismo de Estado.

Con este negacionismo se pretende que la sociedad colombiana nunca pueda conocer la responsabilidad directa del Estado, de las fuerzas armadas y de los “hombres de bien” del país, en los crímenes perpetrados en los últimos 70 años y no  se sepan los nombres de los organizadores de genocidios políticos, como los de la Unión Patriótica, y de las numerosas masacres cometidas por paramilitares a lo largo y ancho del país.

De la misma forma, se difunde la mentira que Colombia es una sociedad justa e igualitaria, que ha soportado el bandidaje de enemigos del orden y la propiedad, sin que hayan razones que expliquen la existencia de la insurgencia armada y de la protesta social.  Entre los enemigos de ese “orden democrático” se incluye a los que son denominados como terroristas o sus cómplices, entre los cuales se señala a dirigentes políticos de izquierda, profesores, estudiantes, sindicalistas, campesinos, mujeres pobres y a todo aquel que sea visto como un potencial peligro para el capitalismo colombiano. Lo peor es que no sólo se les señala con el dedo acusador, sino que se les está matando a cuentagotas de sangre.
La estrategia negacionista en Colombia recurre a diferentes instrumentos, con el fin explícito de instaurar la amnesia colectiva y obligatoria, algo esencial para el régimen Uribe-Duque en su ambición de permanecer en el poder por mucho tiempo, y en limpiar su trayectoria criminal. Por eso, han copado, con sus fichas de extrema derecha y negacionistas abiertos del conflicto armado al Centro de Memoria Histórica, institución que tampoco ha sido tan independiente y crítica    como ahora pretenden algunos de sus defensores, puesto que parte de la premisa de que todos los actores armados son responsables de la violencia (eso sí, menos el Estado) que en Colombia nunca ha habido terrorismo de Estado y que no hubo genocidio de la UP, entre algunas de sus posturas “finamente” negacionistas.


No resulta extraña la ofensiva de tipo educativo de tinte negacionista con la publicación de textos escolares, uno de ellos de Editorial Santillana, dirigido a niños de quinto de primaria, en el que se hace una apología de la “Seguridad Democrática”, sin que se mencionen los diez mil crímenes de Estado (mal llamados “falsos positivos”) que se realizaron durante este período de la historia colombiana.

Los voceros del Centro Democrático han ido más lejos aún en su labor negacionista al pretender crear leyes que prohíban la enseñanza crítica y la formación política, con argumentos similares a los de Jair Bolsonaro en Brasil. Se quiere, simplemente, que las nuevas generaciones de colombianos no puedan conocer la magnitud del Terrorismo de Estado en Colombia y terminen defendiendo a los terratenientes y los grupos económicos (los “cacaos”) que han ensangrentado este país.     















*Editorial Revista CEPA (Centro Estratégico de Pensamiento Alternativo) No. 28 – “Derechización y Negacionismo Histórico”.

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