Por: Carlos Mario Marín Ossa
Proceso de educación Popular. Cumbre Urbana Alternativa. Foto/Carlos M. M. Ossa |
En algunos países, de esos
que llaman emergentes y que se han industrializado; uno de los factores claves
para que en pocas décadas se pasara de unas condiciones socioeconómicas
deplorables a una situación de crecimiento económico sostenido y mejor
distribución del ingreso, ha sido el papel de los maestros dentro del sistema
educativo por supuesto apoyado por políticas serias, trazadas desde los
gobiernos respectivos y apoyados por el conjunto de la sociedad.
Colombia es un país que no
cuenta con estas políticas serias podríamos decir que en toda la historia
republicana. Sólo ha existido el tesón de maestros comprometidos y conscientes de su papel
definitivo en la construcción de niños y jóvenes con calidades académicas,
éticas, morales, intelectuales y políticas suficientemente sólidas para que
como hombres y mujeres asuman la construcción de una sociedad mejor y con
mayores perspectivas de equidad, inclusión, democracia y respeto por la
diferencia. En el siglo veinte, los maestros se comprometieron con este papel a
pesar de la adversidades creadas desde los centros de poder, que necesitan de
un pueblo inculto para sobrevivir y mantener el disfrute de sus prebendas.
Pero tantos golpes a la
economía de los formadores, a su estabilidad laboral e incluso a su dignidad,
ha hecho mella por fin en su determinación y en su misión. Salvo contadísimas
excepciones, nuestros actuales maestros han sucumbido a la indiferencia por el
problema ajeno, han cedido ante el individualismo y la improvisación. No se ve
el compromiso y la mística de la profesión, que se asume sabiendo que no se
alcanzará la fortuna en dicha labor, pero que se dejará el legado de
generaciones conscientes de su papel social transformador. Los sucesivos
ataques desde los gobiernos nacionales, las estupideces malintencionadas y
premeditadas de ministros y ministras de educación, han logrado sumir al gremio
en condiciones deplorables, disminuyendo de paso su posibilidad de agremiarse
de forma efectiva. Los nuevos maestros llegan a la labor con la incertidumbre
de contratos cortos, poca estabilidad y baja motivación. Esas son las políticas
del gobierno que nos acompaña hace 20 años. Pero también vemos como en los
sindicatos, algunos maestros se atornillan a puestos burocráticos que justifican
como conquistas del sector, conquistas que no comparten con sus propios
compañeros. Esta situación no tiene diferencia con la que asumen los
contradictores ubicados en las otras orillas políticas de los beneficiarios de
las prebendas magisteriales. No es este el ejemplo que ayudará a construir un
mejor país, que lleve a la unión y nuevo fortalecimiento del gremio. Así también vemos como desafortunadamente
algunos de los maestros, carecen de conciencia de clase, ya que se quejan
permanentemente de los abusos a los que son sometidos por parte del Estado; y
tan pronto llegan las votaciones de todos los niveles territoriales, se ponen
del lado de sus verdugos y los eligen. Todo por beneficios coyunturales.
Pero llega el momento ahora
de recordar a aquellos grandes maestros que marcan nuestras vidas, por sus
posturas verticales y por asumir su papel trascendental en la formación y
generación de sujetos sociales y políticos.
Hago un homenaje sentido a
los profesores que me enseñaron a pensar, que me mostraron que el pensamiento
único sólo conduce a la esclavitud, que el miedo se vence con el conocimiento y
que debo mirar con beneficio de inventario todo lo que nos muestran como la
verdad. Omar Zuluaga, fue mi profesor de historia en el colegio Nacional Popular
Diocesano. Nos enseñó a recrear el conocimiento y a interpretar lo que nos
decían los textos, leyendo entre líneas; y redactando innumerables páginas de
aquello que entendíamos en las clases. En el mismo colegio, más adelante,
Humberto Tumbaquí nos mostró el rigor de comparar el pasado con el presente
resultante. De sus labios escuché por primera vez la palabra empréstitos –y no
me sonó agradable- invitándonos y casi obligándonos a investigar las diferentes
miradas que tiene un hecho histórico.
En la UTP luego, encontré a
mi profesor de Economía Omar Montoya, quien me mostró cómo se dan las
relaciones entre los distintos sectores de interés en una
sociedad. Me mostró lo intuitiva que es esta ciencia. Finalmente, en la misma
universidad, llegó a mi vida Guillermo Aníbal Gärthner Tobón. Abogado y maestro
en toda la extensión de la palabra, con quien estudié ética y constitución.
Maestro respetuoso de las ideas ajenas, quien sin intentar inocularnos las
propias, logró que su sentir social se quedara impreso en nuestra vida.
A todos ellos, gracias
infinitas por ser consecuentes con su misión y por asumirla con amor, respeto y
mística. Quiero más maestros como estos y menos maestros indiferentes. Espero
que el maestro que me lea, se encuentre en la categoría del final del texto.
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* Publicado originalmente en el periódico Hojas Sentipensantes.
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