miércoles, 2 de septiembre de 2015

Genealogía de la nueva guerra*

El contexto actual de beligerancia social inducida a través de los medios de comunicación masiva colombianos y extranjeros frente a las diversas crisis sociales, económicas y políticas que se presentan, trae a la actualidad este texto escrito posteriormente a los ataques del 11S en Estados Unidos y muestran como se desarrollan las nuevas guerras en las mentes, desde el extremo del control remoto del televisor sin necesidad de salir de bajo de las sábanas.



Por: Josep Ramoneda (1)

  
Las claves de los conflictos bélicos han cambiado por completo. Como han demostrado los atentados terroristas contra los Estados Unidos, son enfrentamientos globalizados, sin fronteras y sin bandos estatales organizados. Las nuevas guerras son guerras de exclusión donde la principal víctima es la población civil, según se deduce de las más recientes novedades editoriales sobre el tema.

 
Lo importante es que los procesos conocidos con el nombre de globalización están destruyendo las divisiones culturales y socioeconómicas que definían los modelos políticos característicos de la era moderna.  Sobre esta idea, Mary Koldor construye su teoría acerca de la nueva guerra. La vieja guerra, la guerra que Occidente ha conocido desde los siglos XVII y XVIII, era una guerra entre Estados o coaliciones de Estados. Con ejércitos organizados, una economía de guerra basada en los recursos de cada Estado y unos objetivos políticos. Las necesidades de la guerra tuvieron un papel fundamental en la configuración de las Naciones – Estado modernas: impuestos y disciplina militar. En el siglo XIX, la guerra moderna hizo énfasis “en la dimensión y en la movilidad” y “en una necesidad creciente de organización racional y doctrina científica”. El siglo XX incorporó los ejércitos de masas y la guerra revolucionaria, portadora de algunos gérmenes de la guerra del siglo XXI. La culminación de esta lógica de la guerra moderna fue la guerra fría, construída sobre el principio  de la disuasión que se resolvió con la quiebra del bloque comunista. Lo que Kaldor llama la nueva guerra se generaliza a principios de los noventa como consecuencia de la gran inundación provocada por la caída del muro de Berlín.

El orden bipolar estable de la guerra fría desapareció. Occidente había ganado, Estados Unidos aparecía como una potencia sin parangón, con la única sombra de lo que pueda ser en el futuro la misteriosa y secreta China. La desigualdad entre adversarios había dado lugar a las llamadas guerras limpias, en que la potencia americana operaba  con su avasallador poder aéreo sin exponer la vida de sus combatientes. Guerra sin combate, en que los muertos eran invisibles, inscritos en la lista de los efectos colaterales. Vía libre para que la mundialización  se hiciera bajo la égida del modelo liberal – democrático. De pronto, sin embargo, se ha empezado a constatar que el gran hipertexto que tenía que unificar el mundo – del que Internet es a la vez expresión y metáfora, y el fin de la historia el argumento ideológico – no era tal, que en realidad lo que aparecía era la fragmentación y el conflicto.

Durante este tiempo se han producido cambios esenciales para pensar la guerra: los estados plurinacionales del mundo ex comunista se fragmentaron, dando vía libre a las pasiones nacionales y a una nueva irrupción de lo que Amin Maalouf ha llamado las identidades asesinas. Como recuerda Mary Kaldor, por lo menos desde los años setenta, en la Unión Soviética las nacionalidades se convirtieron en el paraguas legítimo que cubría la lucha de intereses políticos y en especial la competencia por los recursos en una economía de escasez.

Algo parecido ocurrió en Yugoslavia, otro Estado unido por el monopolio del partido comunista. Al hundirse los sistemas de tipo soviético, funcionó la alianza entre lo rojo y lo
pardo, entre las antiguas nomenclaturas (incluida la dirección de los ejércitos) y el nacionalismo que en muchas cosas evolucionó hacia lo étnico. “El nacionalismo”, dice Kaldor, “representaba la continuidad con el pasado y al mismo tiempo una forma de negar u olvidar una complicidad con ese pasado”.  Coincidiendo en el tiempo, en Africa, se ha llegado al agotamiento de los regímenes poscoloniales. A menudo regímenes personales, construidos sobre liderazgos forjados en la lucha anticolonial, no superaron el paso del tiempo. La corrupción, el despotismo, la dificultad de remplazar los líderes históricos, la avalancha de ciudadanos hacia las ciudades en unas economías completamente desequilibradas, la pérdida de protección del sistema de potencias – tutores de la guerra fría y el poder destructivo de epidemias como el Sida y la malaria han creado situaciones insostenibles, que en lo tribal y lo mafioso se cruzan ante cualquier intento de crear Estados modernos.

Europa ha iniciado un proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar, en una espiral de privatizaciones que incluirá la venta de parte de los activos del monopolio de la violencia legítima, que caracterizaba al Estado moderno.
 
 

En fin, como ha explicado Ives Michaud, “el valor de la universalidad de los derechos del hombre pone profundamente en duda las soberanías nacionales, en beneficio de un gobierno de funcionarios de lo universal y de jueces transnacionales”. Pero la incapacidad política de dotar de poder y legitimidad a este Gobierno agrava la sensación de vacío.

En este vacío político, “de pérdida de ingresos y legitimidad de los Estados”, de “desorden creciente y fragmentación militar”, estallan las nuevas guerras que describe Mary Kaldor. Son guerras globalizadas, porque en un mundo que se ha hecho más pequeño lo que ocurre en un sitio puede tener repercusión en muchas partes y porque desde los combatientes locales hasta las organizaciones internacionales y los Estados intervencionistas pasando por la ayuda humanitaria y las ONG son muchos y de muy distintas procedencias los actores que intervienen. La televisión consolida la globalización y configura la actitud de las opiniones públicas de los países occidentales, entre la compasión y el miedo.

Las nuevas guerras son guerras de exclusión, basadas sobre la adhesión a principios identitarios, con diversidad de actores militares, que rehúyen el combate convencional y provocan muchas más muertes entre la población civil que entre los propios combatientes organizados y no reconocen ninguna regulación ni legislación internacional.

Los principios identitarios las diferencian de las guerras revolucionarias. Los señores de la guerra provocan la adhesión a una etiqueta más que a una idea. Una marca, como si de un producto de consumo masivo se tratara. No hay más proyectos de futuro que la homogenización étnica y religiosa.

El fracaso de los Estados va acompañado de una privatización cada vez mayor de la violencia. Las unidades de combate son diversas: los ejércitos convencionales o lo que queda de ellos, los grupos paramilitares, generalmente formados por gente proveniente de los ejércitos que trabajan para el propio Estado o para carteles mafiosos, los mercenarios, los ejércitos de las instituciones internacionales que generalmente no entran en combate, los ejércitos extranjeros. Ignatieff explica que para los jóvenes guerreros el arma como emblema ha sustituido el papel del uniforme. La sexualidad primaria del varón adolescente preside la subcultura de unas guerras en que las bandas paramilitares actúan a menudo como franquicias de los Estados para hacer los trabajos más sucios que estos prefieren delegar.

Naturalmente, esta privatización de las unidades de combate afecta la economía de guerra. Los combatientes acuden a la extorsión y el pillaje para sustituir los salarios que no reciben. Las unidades en conflicto buscan ayudas externas, se apoyan en traficantes internacionales y se queda parte de la ayuda humanitaria.

La estrategia no es tanto de ocupación de un territorio como la expulsión de una población y busca, por la vía de la adhesión identitaria, máxima implicación de la ciudadanía en l conflicto.

Las nuevas guerras son causa permanente de oleadas inmigratorias. La política de identidades excluyentes cierra las expectativas de futuro.

Las nuevas guerras son muy difíciles de terminar por las complicidades de los protagonistas, por la trama económico-mafiosa que se teje sobre ellas. Y por la incapacidad de la comunidad internacional de operar positivamente sobre ellas. El ejemplo de la ex Yugoslavia es evidente, el resultado final de un conflicto largo y superinternacionalizado ha sido la legalización de la limpieza étnica. Una sociedad plural se ha convertido en un mosaico de fragmentos étnicos.

Corresponde el ataque terrorista a Estados Unidos a este nuevo modelo de guerra definido por Mary Kaldor? Hasta ahora las nuevas guerras ocurrían extramuros: fuera de Occidente, a lo sumo en espacios fronterizos. Esta vez la violencia globalizada ha dado en el corazón del sistema. A través de la televisión, los occidentales asumíamos el papel de voyeaurs con conciencia humanitaria (Ignatieff), de unas guerras degeneradas (Martin Shaw).

De un modo súbito y dramático nos sentimos incluídos en el territorio del estado de violencia. Había habido avisos, todos los países han sufrido fenómenos de terrorismo, pero este ataque es de otra dimensión: es, para decirlo en términos de Clausewitz; la subida a los extremos de la nueva guerra. Y en el extremo, la guerra se convierte en estado de violencia salvaje.

“Una vez abatidas las barreras de lo posible”, decía Clausewitz, “es extremadamente difícil volver a colocarlas” . El ataque a Manhattan rompe definitivamente los límites de lo posible. Pero es un ataque hecho por un comando invisible, que se desconoce de que Estado es franquicia. Es un salto efectivo en la globalización de la nueva guerra, que nos sitúa en un estado de violencia generalizada. La violencia lo simplifica todo, y sin embargo, como concluye Mary Kaldor, sólo desde la reconstrucción política de la legitimidad se puede controlar la violencia.

Ignatieff ha descrito así el orden causal que conduce a las guerras identitarias: primero cae el Estado, luego aparece el miedo hobbesiano, sigue la paranoia nacionalista como respuesta a la destrucción del orden y de la convivencia, y, finalmente, estalla la guerra.

Es la genealogía de la nueva guerra.

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* Publicado en El País de España. Sábado 22 de septiembre de 2001.
 
(1) Josep Ramoneda (1949) es Filósofo, periodista y escritor español.

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