Por:
Carlos Mario Marín Ossa
@MarioossaM
El
politólogo David Roll citando en sus investigaciones sobre los partidos
políticos de Colombia, a Pierre Gilhodès, dice que: “los partidos políticos colombianos, en particular los dos partidos
históricos, son en su cúpula agrupaciones de notables, se hallan cohesionados
por elementos culturales comunes, se activan en tiempo de elección y cuentan
con estructuras mínimas y sin disciplina”.
La
naturaleza misma de las ideas y las luchas sociales que han dado nacimiento a
los partidos políticos alternativos, las prácticas vitales de los militantes y
dirigentes de esos partidos y la confrontación con los abusos autocráticos de
las élites tradicionales, reclaman la existencia de valores y principios
democráticos que conlleven a la adopción como filosofía y como práctica de la poliarquía en el interior de estas
instituciones, entendida esta, como la práctica de la democracia interna que
refleje todos los pensamientos, gustos, sueños y quereres de esa población que
busca un mejor vivir y que se compromete ideológica y materialmente con un
proyecto político.
Las
élites de los partidos políticos los convierten en instrumento de mercadería,
focos de corrupción y caldo de cultivo para la anarquía nacional. La
desconexión de la realidad que vive el pueblo es una de las características de
las élites económicas, políticas e intelectuales cuando no bajan de su olimpo
por incapacidad o por mezquindad. Y ello conlleva a la apatía colectiva por lo
público, por la cosa política. No creo que los partidos políticos estén
llamados a desaparecer, pero es claro que sin superar sus discursos, su
práctica no los tiene cerca del pueblo, razón por la cual el papel
ideologizante no se transmite desde las alturas políticas hasta la arena
terrestre en que caminamos los mortales. Bajo el peso de la historia de las
últimas décadas, el movimiento social ha aglutinado los sueños y las luchas del
país nacional, ante la incapacidad cohesionadora de los partidos.
Como
los derechos son relaciones entre individuos o colectividades humanas que se
asumen como pares, puede entenderse por qué las élites tradicionales en
Colombia nunca han respetado la dignidad de las demás personas que habitamos
este territorio: No nos ven como sus
pares, por lo que no nos ven como sujetos de derechos . Esta misma
distorsión se traslada al interior de los partidos políticos, incluso los
alternativos: Quienes se sientan sobre
el peso de su historia y su vanguardia, no ven como pares a sus compañeros de
militancia. Por esta razón utilizan todos los medios, para impedir que
accedan democráticamente a las posiciones de dirección, orientación y
representación, aun cuando los estatutos promulguen la poliarquía; de la misma forma que la Constitución Nacional promulga
derechos y garantías que no se cumplen bajo el gobierno y la juricidad de las
élites.
Con
el horizonte llamando hacia una posible nueva historia nacional de
postconflicto, en medio de las convulsiones sociales que se multiplican en
rechazo a un modelo económico que todo lo compra y lo vende – ello incluye los
derechos, el futuro y la dignidad – sin respeto por lo humano, partidos como el
Polo Democrático Alternativo están llamados a institucionalizar la poliarquía
para convertirse en verdaderos canales de las búsquedas y anhelos del pueblo.
Esa condición es imprescindible para que el partido tenga continuidad en su
papel transformador, por encima de las coyunturas electorales; y engloba por
antonomasia valores de libertad, igualdad, justicia y pluralismo. También los
principios de información, transparencia, libre debate y circulación de
directivos.
Es
el reto para enfrentar con éxito el papel que de estos partidos reclaman el
pueblo y la historia.
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