Por:
Carlos Mario Marín Ossa
En
días pasados, representantes y voceros de organizaciones campesinas vinculadas
y fundantes del proceso Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, asistimos
a la ciudad de Medellín, invitados por el INCODER, para socializarnos el
estudio proyecto de redefinición de la política de Unidades agrícolas
familiares UAF.
Considero
que la política de UAF tiene como papel importante, definir qué cantidad de
tierra puede necesitar una familia campesina de base para tener una vida digna.
Pero no puede quedarse dicha política sólo en ese planteamiento.
Si
bien es cierto, que la “cultura” imperante en materia de tierra y economía
campesina en Colombia - que de paso sea dicho no ha sido definida por los
campesinos reales – es producir para competir con mercados globales, para
servir de apoyo a la intermediación del sector agrícola, para apoyar la gran
industria de alimentos y estimulantes (café), para favorecer el desarrollo
comercial de las multinacionales químicas y del sector financiero; también es
cierto que grandes franjas de la población campesina se resisten a verse
inmersas en este modelo, y abogan por la soberanía y seguridad alimentaria, por
la autonomía para decidir que hacer con su tierra, cómo sembrarla y con qué, en
fin, decidir soberanamente como desarrollar económicamente su terruño.
Pero
en el estudio presentado por el INCODER, se alcanza a intuir un proceso
inductivo hacia sistemas productivos que en algunos casos identificados, no
tienen en cuenta cultivos (lícitos) que las comunidades trabajan y que también
les aportan economía, además de hacer parte de su idiosincrasia y reserva de su
resistencia contra los modelos de despojo. Percibimos también, que la
universidad contratada para realizar el estudio (incluído el del eje cafetero)
no visitó a las comunidades, es decir, se trabajó con información secundaria y
en algunos casos desactualizada. Es este un error garrafal que debe corregirse,
pues para una política pública de tanto impacto – especialmente en un escenario de postconflicto – se debe tener
gran delicadeza en estos aspectos y contar con la consulta de las comunidades
que posteriormente serán afectadas.
Para
Risaralda, bajo el estado actual del estudio, se definieron tres zonas
relativamente homogéneas y se definieron 159.200 hectáreas adjudicables (45% de
la extensión total del departamento). Esperemos que se corrijan los errores y
que se cuente con la voluntad del campesinado risaraldense.
Amanecerá
y veremos.
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