Sobre
la cordillera central, a sesenta y seis kilómetros de Pereira, capital de
Risaralda, se encuentra el municipio de Apía. Enclavado sobre montañas verdes
que constituyen un formidable sistema
biológico, viven gentes dedicadas a la ancestral labor de la
agricultura.
Apía
es un municipio cuya economía se deriva principalmente de la producción y
comercialización agropecuaria. Allí se cultiva y cosechan frutales como
granadilla, pitahaya, aguacate, lulo, mora y tomate de árbol; plátano, yuca,
arracacha, hortalizas varias, café y caña panelera. También cuenta con un
comercio bien organizado, que ayuda a suplir las necesidades fundamentales de
esta población.
Panorámica del municipio de Apía-Risaralda. Foto/Carlos Mario Marín Ossa |
Apía
consta de su cabecera municipal y de 45 veredas, las cuales constituyen más del
90% de los 214 kilómetros cuadrados de su extensión. Allí se pueden encontrar
variados pisos térmicos como el medio que abarca 97 kilómetros cuadrados, el
frío que abarca 108 kilómetros cuadrados y e páramo con una extensión de 9
kilómetros cuadrados en el Parque Nacional Natural de Tatamá (el abuelo de las
aguas). Cuenta con tres ríos, el Apía, el Guarne y el San Rafael. De los cerca
de 17.000 habitantes, en su área rural dispersa la mayor parte del campesinado
productor se encuentra entre los 55 y 59 años.
Allí,
en ese municipio de ancestro campesino, se desarrolló hace más de quince años
un proceso comunitario llamado Asociación Centro de Gestión Alto San Rafael, en
el cual campesinos y campesinas se encuentran para capacitarse, para decidir
acerca del tipo de producción agropecuaria que desean trabajar y para buscar
canales de distribución que los beneficie como productores, pero también que
permita a los usuarios finales adquirir alimentos de calidad con producción
limpia, sana de carácter orgánico y agroecológico.
Un proyecto para buscar
la soberanía y seguridad alimentarias.
Silvio
Orozco Giraldo es un ingeniero ambiental que lidera como representante legal
esta Asociación, al lado de otras personas campesinas del municipio. Luego de cubrir el trayecto desde Pereira y
sorteando bastantes derrumbes en la vía, llegamos al municipio de Apía. Los
derrumbes y el estado precario de la carretera en las sucesivas
administraciones departamentales y nacionales no ha sido atendido debidamente,
en una carretera que aspira conectar el desarrollo industrial y agropecuario
del país con el pacífico a través del Chocó.
Silvio
cuenta que “el proyecto que se viene desarrollando hace cerca de dos años, fue
formulado y presentado ante el ministerio de agricultura, para que este
destinara los recursos financieros como fruto de los paros agrarios campesinos
e indígenas de los años 2013 y 2014, a través de la CUMBRE AGRARIA, CAMPESINA,
ÉTNICA Y POPULAR. Dicho proyecto busca mejorar la cantidad, calidad y
oportunidad de los alimentos a que acceden las noventa familias beneficiadas,
en Risaralda, Quindío y Norte del Valle.
Porque
la familia campesina tradicionalmente ha cosechado su siembra y destina lo
mejor de su producción al comercio, al mercado, dejando para sí lo de menor
calidad. Aquí se trata de que el campesino y la campesina separe lo mejor de su
producción para alimentarse y alimentar a su familia, que esa producción
orgánica y agroecológica permita entregar excedentes de gran calidad a los
consumidores finales, comida limpia, saludable”.
Veo
y participo también en la construcción de los invernaderos que entrega el
proyecto, de los elementos materiales con que quedan estas familias como
fortalecimiento institucional de las mismas y de su asociatividad en escuelas
campesinas agroecológicas.
Cultivos de pan coger. Producción orgánica-agroecológica. Foto/ Carlos Mario Marín Ossa |
Es
una mirada de dignidad para el campesinado que produce la comida de este país y
de respeto con quien la consume en pueblos y ciudades, al entregarle comida
sana. Pero muy importante, un componente de filosofía política de unas
comunidades que envían un mensaje que dice: aquí producimos lo que nosotros
decidimos. Por todos lados este proceso rezuma dignidad.
El territorio lo
ordenamos los habitantes.
En
este proceso de asociatividad campesina, se han dado importantes avances de
carácter político, por cuanto estas gentes de forma organizada han entendido y
aprendido que el territorio donde ellas habitan se ordena de acuerdo a sus
intereses, sueños y necesidades.
Los
he seguido desde hace cerca de un año y medio, en los diversos encuentros,
capacitaciones, compartir de experiencias, es decir en un diálogo de saberes.
Debo reconocer que estos campesinos y estas campesinas me han hecho sentir
profundamente ignorante – sin que sea su intención provocarme tal sentimiento –
al hacer la reflexión que los títulos académicos, las experiencias citadinas,
los apartamentos y casas lujosas, sólo constituyen esa imagen de la cárcel de cristal
ya conocida. Cuando en las ciudades se nos vacia la nevera, debemos depender de
nuevo de supermercados y grandes superficies (hoy extranjeras en su casi
totalidad) para procurarnos los alimentos. Si no tenemos empleo ni dinero,
pasamos hambre. Y nuestros conocimientos y vanidad no sirven para comer. Estas
gentes son ricas, porque tienen cómo y de donde conseguir su alimentación.
Reflexiono además, que esta es la razón de este largo conflicto armado
colombiano, porque unos pocos siempre han buscado quedarse con la tierra y por
ende con la riqueza de este pueblo nuestro.
Jhon
Jairo Rodas, es otro de los socios fundadores de la asociación y quien también
ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de estas comunidades. “Nosotros
nos hemos juntado para trabajar y mejorar las condiciones de las gentes del
pueblo. Hemos organizado un plan de vida, hecho por las gentes de aquí, y con
ese plan de vida hemos influido en la organización del plan de ordenamiento
territorial del municipio. Con la asociación logramos conseguir ese proyecto,
para hacer huertas y que las familias beneficiarias tengan comida de forma
permanente, comida de calidad y sana. Y de paso, se pueda comercializar lo que
queda de las cosechas y conseguir unos pesos”.
Transformación de producción agrícola. Foto/Carlos Mario Marín O. |
Con
Jhon Jairo me encontré un domingo luego de hacer un recorrido desde la cabecera
municipal hasta la vereda Alto San Rafael, a bordo del característico jeep
Willis, pasando carreteras a través de bosques de niebla, pájaros y la
presencia siempre imponente y mística del gran Cerro de Tatamá. Un real paseo
por las nubes. Me enseñó entre otras cosas un manual formador para formadores
que se trabaja en la escuela de la vereda, un módulo de agroecología que enseña
a las nuevas generaciones el valor del campo y de la autodeterminación de sus
gentes. Me enseñó su finca y me habló de sus sueños realizados, de su familia y
de la alegría de estar con ellos en ese paraíso amado.
Ruta hacia la vereda Alto San Rafael. Apía-Risaralda. Foto/Carlos Mario Marín O. |
Una chamán y curandera.
Subiendo
hasta la vereda Alto Campana, en una casita rodeada de bosque nativo encuentro
a doña Bertha. Ella es una mujer de ascendencia indígena, cuyos ancestros han cuidado desde tiempos en que no había
historia, al protector de estas tierras: El Tatamá. Allí se refugiaron sus
ancestros y ella misma, luego de abrir un portal que los llevó a una ciudad de
luz, para protegerse de los invasores. Ella regresó a este mundo porque debía
descubrir su misión y cumplirla, nos cuenta a quienes estamos conversando con
ella.
Luego
de caminar muchos años por diversas partes de este país, de criar hijos, logró
entender su misión y se regresó cerca de su cerro protector para entregar y
recibir amor, y compartir su sabiduría ancestral, la curación de los cuerpos y
de las almas.
Así
es que se comprende la filosofía de la agroecología, en torno a la autonomía,
la soberanía, la relación respetuosa con la naturaleza, con los territorios y
las gentes, con los saberes ancestrales, la semilla nativa y la cultura popular
campesina.
Doña Bertha. Foto/Carlos Mario Marín Ossa |
De
regreso a Apía, hablo con Mario Vergara, propietario de ferretería Depósito San
Judas y quien ha hecho llave con la asociación para apalancar financieramente
el desarrollo del proyecto, mientras que el ministerio realiza los desembolsos
(que siempre llegan posteriores a la ejecución de las actividades). De esta
manera el proyecto de huertas campesinas contribuye también a la dinámica
económica de una región y un municipio, en donde las gentes se empoderan de las
soluciones a sus problemáticas, con dignidad.
Gracias
a la hospitalidad y gran cariño de las gentes de este proyecto, a Jhon Jairo,
Mario Vergara, Hugo León y demás en Apía, a Doña Ana Lucía, Don Félix y demás
familias en Dosquebradas, a Evelio en
Calarcá; y en general a las personas que con estas iniciativas nos conectan de
nuevo con el campo y con la vida.
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