jueves, 18 de agosto de 2016

La Paz son Cambios

“Como ha sucedido a través de toda la historia,
el diálogo entre el patricio y el plebeyo, el señor
feudal y el siervo, el esclavista y el esclavo,
el capitalista y el trabajador, no rindió frutos.
No puede rendir frutos porque la división de
la humanidad y sus sociedades en una minoría
acaudalada y una masa empobrecida, no es un
problema de comprensión o compasión que
puede resolverse mediante la comunicación y
la pedagogía; sino un problema de intereses y de poder.
El conflicto entre los que tienen y acumulan
y aquellos que no tienen y son empobrecidos, no
se resolverá por teleconferencias y filantropismo de
los ladrones globales, sino sólo por la conquista del poder.”
Heinz Dieterich Steffan

(El Socialismo del Siglo XXI)


Por : Carlos Mario Marín Ossa
         Dirección Nacional de Poder y Unidad Popular

El momento actual demanda para los colombianos y colombianas una responsabilidad histórica con las generaciones venideras, pues es el momento de realizar la pedagogía correspondiente para impulsar el voto por el SI a la refrendación de los acuerdos de paz de la Habana cuando sea convocado el plebiscito para tal fin. Debemos legarle a quienes nos siguen un país sin confrontación bélica o disminuída la misma por cuenta del retiro del campo de batalla de las insurgencias armadas o de una de ellas. Es importante que el gobierno abra las puertas para la negociación con el ELN y el EPL sin colocar trabas torticeras basadas en el desconocimiento de los avances y acuerdos previos en la fase de exploración. Porque una paz sin dichas insurgencias, es una paz incompleta que amenaza la viabilidad de la nación. Pero es de igual importancia que así mismo el gobierno garantice el desmonte de los grupos paramilitares que amenazan la implementación de los acuerdos de La Habana y colocan en riesgo a los desmovilizados que llegan a la disputa institucional política.


Ya en el anuncio del fin del conflicto, tanto Juan Manuel Santos como Timochenko se sinceraron de cara al país al manifestar que no comparten los modelos económicos y políticos que unos y otros pretenden desarrollar para el país. Pero manifiestan un respeto que no debe ser retórico especialmente en el caso del régimen que es quien tiene a favor la fuerza del Estado.

La paz que soñamos y a la que tenemos derecho pasa de largo por el silenciamiento de los fusiles, muy importante en sí, porque quienes han colocado los muertos de ambos bandos han sido los sectores populares. La oligarquía asiste y atiza la guerra desde la comodidad y seguridad de sus mansiones, oficinas y clubes sociales.

La paz que queremos se construye desde la diversidad étnica y territorial. Desde las particularidades de las regiones. No puede imponerse una paz diseñada desde la burbuja en que viven las élites económicas que usufructúan la riqueza de Colombia y el trabajo de los colombianos, sin conocer  siquiera como se vive en pueblos y veredas, en ciudades intermedias, en las barriadas. La paz que queremos es una paz construida a varias voces, en donde la sociedad converse acerca de las soluciones que necesita, lo que llamamos un gran diálogo nacional.


Y es lógico y justo que así sea, porque cuando las visiones se imponen desde pequeños grupos de interés a una mayoría ignorada, los conflictos se exacerban y nuevas violencias surgen.

Cuando asistí hace pocos años al foro de participación política en Bogotá, en el marco de los diálogos de paz, fue evidente que el interés de la oligarquía criolla que representa el actual presidente, era disponer de los territorios donde se ha desarrollado la resistencia armada por más de medio siglo, para profundizar su modelo económico de especulación financiera y agroindustrial. Así mismo el desarrollo de los negocios de sus socios en materia minero energética, entre otros intereses. De esto es muestra la Ley ZIDRES que garantiza el negocio del gran capital agropecuario, o la política de licencias ambientales que permiten la explotación minera en zonas de páramo, o el desarrollo de grandes proyectos hidroeléctricos que desplazan a campesinos y habitantes rurales de sus territorios y cambian la vocación económica e histórica de los mismos.

El nuevo código de policía no está hecho para beneficiar la implementación de los acuerdos y el desarrollo de los tiempos del post acuerdo sino para reprimir la protesta social y la movilización que necesariamente se incrementará pues el conflicto social sigue intacto y se agudiza.


La salud sigue siendo un negocio que se surte de ganancias cuanto más sea negado el derecho real a los colombianos. La educación intenta mercantilizarse cada vez más impidiendo el acceso de las clases más desfavorecidas. El empleo es cada vez más precario y con menos garantías. La seguridad y la soberanía alimentarias casi desaparecen con los menores apoyos e incentivos para el campesino raso, con la criminalización de las semillas nativas para favorecer el negocio de las semillas transgénicas en poder de corporaciones transnacionales. La industria nacional ha sido golpeada por los tratados de libre comercio. Aunque los medios de comunicación de propiedad de los ricos de Colombia intenten vender la idea de progreso y beneficio, en calles de ciudades y en veredas, se palpa una realidad contraria. No es este el país que queremos ni el que deseamos legarle a nuestros hijos.

La paz es con cambios. La paz es justicia social, vivienda digna, soberanía alimentaria, educación gratuita, salud para todos. La paz es la realidad de la participación política con garantías reales. La paz es que no se nos asesine por pensar diferente, por buscar otros modelos de economía que privilegien el colectivismo, el cooperativismo, lo asociativo. La paz es privilegiar la naturaleza y el agua por encima de la explotación minera y los desarrollos minero energéticos. La paz es que todo colombiano y colombiana tengamos derecho a la energía eléctrica, al mínimo vital de agua, a decidir sobre nuestros territorios, desarrollar nuestro plan de vida en la fortaleza de la diversidad. La paz es que Colombia sea para las mayorías nacionales.


Esa paz es la que le corresponde buscar y construir al movimiento social. Y ello se hace a través de la movilización. Pero también, a través de la construcción de un movimiento político amplio y decidido a disputarse el poder. El diálogo es un elemento básico, pero lo que ha estado en juego siempre, lo está y lo estará es un asunto de intereses. Los intereses de una pequeña élite y los intereses de las mayorías nacionales. Esa contradicción se dirime a través de la disputa del poder tanto de hecho en los territorios como jurídico en lo institucional.

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