“Como ha sucedido a través de toda la
historia,
el diálogo entre el patricio y el plebeyo,
el señor
feudal y el siervo, el esclavista y el
esclavo,
el capitalista y el trabajador, no rindió
frutos.
No puede rendir frutos porque la división
de
la humanidad y sus sociedades en una
minoría
acaudalada y una masa empobrecida, no es un
problema de comprensión o compasión que
puede resolverse mediante la comunicación y
la pedagogía; sino un problema de intereses y de poder.
El conflicto entre los que tienen y
acumulan
y aquellos que no tienen y son
empobrecidos, no
se resolverá por teleconferencias y
filantropismo de
los ladrones globales, sino sólo por la
conquista del poder.”
Heinz
Dieterich Steffan
(El Socialismo del Siglo XXI)
Por
: Carlos Mario Marín Ossa
Dirección Nacional de Poder y Unidad
Popular
El momento actual demanda
para los colombianos y colombianas una responsabilidad histórica con las
generaciones venideras, pues es el momento de realizar la pedagogía
correspondiente para impulsar el voto por el SI a la refrendación de los
acuerdos de paz de la Habana cuando sea convocado el plebiscito para tal fin.
Debemos legarle a quienes nos siguen un país sin confrontación bélica o disminuída
la misma por cuenta del retiro del campo de batalla de las insurgencias armadas
o de una de ellas. Es importante que el gobierno abra las puertas para la
negociación con el ELN y el EPL sin colocar trabas torticeras basadas en el
desconocimiento de los avances y acuerdos previos en la fase de exploración.
Porque una paz sin dichas insurgencias, es una paz incompleta que amenaza la
viabilidad de la nación. Pero es de igual importancia que así mismo el gobierno
garantice el desmonte de los grupos paramilitares que amenazan la
implementación de los acuerdos de La Habana y colocan en riesgo a los
desmovilizados que llegan a la disputa institucional política.
Ya en el anuncio del fin
del conflicto, tanto Juan Manuel Santos como Timochenko se sinceraron de cara
al país al manifestar que no comparten los modelos económicos y políticos que
unos y otros pretenden desarrollar para el país. Pero manifiestan un respeto
que no debe ser retórico especialmente en el caso del régimen que es quien
tiene a favor la fuerza del Estado.
La paz que soñamos y a la
que tenemos derecho pasa de largo por el silenciamiento de los fusiles, muy
importante en sí, porque quienes han colocado los muertos de ambos bandos han
sido los sectores populares. La oligarquía asiste y atiza la guerra desde la
comodidad y seguridad de sus mansiones, oficinas y clubes sociales.
La paz que queremos se
construye desde la diversidad étnica y territorial. Desde las particularidades
de las regiones. No puede imponerse una paz diseñada desde la burbuja en que
viven las élites económicas que usufructúan la riqueza de Colombia y el trabajo
de los colombianos, sin conocer siquiera como se vive en pueblos y veredas,
en ciudades intermedias, en las barriadas. La paz que queremos es una paz
construida a varias voces, en donde la sociedad converse acerca de las
soluciones que necesita, lo que llamamos un gran diálogo nacional.
Y es lógico y justo que así
sea, porque cuando las visiones se imponen desde pequeños grupos de interés a
una mayoría ignorada, los conflictos se exacerban y nuevas violencias surgen.
Cuando asistí hace pocos
años al foro de participación política en Bogotá, en el marco de los diálogos
de paz, fue evidente que el interés de la oligarquía criolla que representa el
actual presidente, era disponer de los territorios donde se ha desarrollado la
resistencia armada por más de medio siglo, para profundizar su modelo económico
de especulación financiera y agroindustrial. Así mismo el desarrollo de los
negocios de sus socios en materia minero energética, entre otros intereses. De
esto es muestra la Ley ZIDRES que garantiza el negocio del gran capital
agropecuario, o la política de licencias ambientales que permiten la
explotación minera en zonas de páramo, o el desarrollo de grandes proyectos hidroeléctricos
que desplazan a campesinos y habitantes rurales de sus territorios y cambian la
vocación económica e histórica de los mismos.
El nuevo código de policía
no está hecho para beneficiar la implementación de los acuerdos y el desarrollo
de los tiempos del post acuerdo sino para reprimir la protesta social y la
movilización que necesariamente se incrementará pues el conflicto social sigue
intacto y se agudiza.
La salud sigue siendo un
negocio que se surte de ganancias cuanto más sea negado el derecho real a los
colombianos. La educación intenta mercantilizarse cada vez más impidiendo el
acceso de las clases más desfavorecidas. El empleo es cada vez más precario y
con menos garantías. La seguridad y la soberanía alimentarias casi desaparecen
con los menores apoyos e incentivos para el campesino
raso, con la criminalización de las semillas nativas para favorecer el negocio
de las semillas transgénicas en poder de corporaciones transnacionales. La
industria nacional ha sido golpeada por los tratados de libre comercio. Aunque
los medios de comunicación de propiedad de los ricos de Colombia intenten
vender la idea de progreso y beneficio, en calles de ciudades y en veredas, se
palpa una realidad contraria. No es este el país que queremos ni el que deseamos
legarle a nuestros hijos.
La paz es con cambios. La
paz es justicia social, vivienda digna, soberanía alimentaria, educación
gratuita, salud para todos. La paz es la realidad de la participación política
con garantías reales. La paz es que no se nos asesine por pensar diferente, por
buscar otros modelos de economía que privilegien el colectivismo, el
cooperativismo, lo asociativo. La paz es privilegiar la naturaleza y el agua
por encima de la explotación minera y los desarrollos minero energéticos. La paz
es que todo colombiano y colombiana tengamos derecho a la energía eléctrica, al
mínimo vital de agua, a decidir sobre nuestros territorios, desarrollar nuestro
plan de vida en la fortaleza de la diversidad. La paz es que Colombia sea para
las mayorías nacionales.
Esa paz es la que le
corresponde buscar y construir al movimiento social. Y ello se hace a través de
la movilización. Pero también, a través de la construcción de un movimiento
político amplio y decidido a disputarse el poder. El diálogo es un elemento
básico, pero lo que ha estado en juego siempre, lo está y lo estará es un
asunto de intereses. Los intereses de una pequeña élite y los intereses de las
mayorías nacionales. Esa contradicción se dirime a través de la disputa del
poder tanto de hecho en los territorios como jurídico en lo institucional.
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