Por: MarioossaM
Hay amaneceres que se dan en
sábado. De forma natural e imprevista. Amaneceres en bicicleta, por las rutas
del terruño. Con un libro y una fruta. Con el rio a la vista y una tibieza de mujer al lado. Y conversaciones
que se inician mientras se huele el cabello de quien acompaña. El día crece y
se visitan las veredas. Se comparte un café y un pan. Un vaso de leche de
cabra, un helado, una sonrisa. Se comparte la cama, la cobija y la almohada.
Una vela, un poco de vino, un beso y un abrazo. Se hace el amor. Se sirve un
chocolate. Se comparte el agua de la ducha. Se repasa la geografía que se
comienza a querer.
El día avanza.
Y los quehaceres aparecen. Se
cumplen. Se sufren. Se disfrutan. Se visitan los bares. Se toma algún batido.
Se mira a la mujer. La mujer mira o rehuye la mirada. Se desconcierta. Se
ruboriza. Sonríe. Piensa. Piensa. Piensa.
De repente deja salir alguna
expresión o una pregunta intrascendente, para no reconocer lo que piensa, para
ocultarlo. Para no reconocer lo que siente. Se ruboriza. Es joven e intenta
aprender. Trata de descifrar la vida. Se aísla, se comunica. Sonríe. Y piensa.
El día avanza. Es casi medio
día. Y se comparten espacios más
íntimos, Se comparte el almuerzo, el camino. Se comparte la casa recién
habitada. Un poco de compañía, de cercanía. Un paisaje, una conversación. Un
apoyo pequeño pero fundamental. Algún anhelo. Algún sueño. Un desayuno, un café
en la plaza. Una fotografía que recuerde que el día existió y que no es un
juego del cerebro.
Queda una memoria.
La tarde avanza. Se comparte un
café, un poco de música. Un abrazo, un conato de baile. Se asume la ternura. Se
ama, se suda, se mira fijamente, se pierde el ser en los abismos compartidos.
Se sonríe. Se vive. Se comparte una camisa.
La tarde avanza. Melancólica. Con
esa melancolía que se siente cuando muere el día. Cuando se acercan las
penumbras. Una mirada surge. Pensamientos que se ocultan y se pierden en la
vaguedad de las sombras. De lo que no se dijo. De lo que el temor impidió que
floreciera. Se está aprendiendo. Aprender cuesta. Incluso cuesta la vida.
Incluso cuesta historias.
La tarde avanza y llega el ocaso.
Avanza la penumbra. De forma suave y contundente. La vacilación ante lo que se
teme asumir. Aprender cuesta. Incluso cuesta lo que pudo haber sido.
Hay ocasos que se dan en sábado.
Sobre una bicicleta que recorre los caminos del terruño hacia la despedida.
Ocasos tranquilos. Sobre el césped de un parque. Ocasos con el balance de lo
que no fue. Con un poco de jugo de siete frutas en la boca. Un último beso. Un
último abrazo.
Hay ocasos que se dan en sábado.
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