Esa
mujer huele dulce, de una forma sutil. Huele a campo, a fruta, a flores; huele a vida.
Sus
manos son limpias y delineadas, suaves y fuertes, siembran y pintan. Son ágiles
como potrillos y contundentes como un cuchillo. Son hermosas y finas, abrazan
tímidas y cálidas.
Ella
es esbelta y simple, alegre y taciturna. Se mueve con agilidad como si flotara,
como si la movieran corrientes de aire con aromas de sandía, de suave
chocolate, de panela. Mariposea. Y su mirada se pierde en recuerdos, en
pensamientos, en anhelos de otras vidas, en la historia de sus ojos. De repente
vuelve a este mundo y de su frente surcada se caen las palabras, se esparcen
por el papel como el vino por el vestido. Se vuelven indelebles y secretas.
Palabras que no pueden ser leídas por quien no se elige, pensamientos con alma
que se van como el agua por el lavadero de lo cotidiano. Mariposea.
Son
palabras hermosas, dignas de un libro que abarque a la humanidad, son frases de
sangre y de lágrimas para regar la tierra y fecundarla. Son pensamientos arados
en el papel por sus manos blancas – hacer fue el destino de las manos y en cada
cicatriz cabe la vida, dijo Neruda -.
Yo vi al agua correr sobre su piel, aferrarse
para negar la separación. Y cuando el líquido corría desde el azabache de su
cabello, arrastraba a su paso las lágrimas, se pintaba de pinceles en su
rostro, de palabras secretas, de pensamientos que corrían a lo largo de su
torso y de su cuerpo, para descansar en esos bellos pies, antes de regar la
tierra. Yo vi al agua que cantaba. Allí donde cayó, nació una fruta.
Hablamos
muchas noches. Y nos acompañaron las estrellas. Era importante hablar, porque
había mucho que decir aunque no se usarán las palabras, porque a veces las
palabras abren puertas que no pueden cerrarse luego. Sería bueno abrir esas
puertas, pero…
Y
hablamos, y hablamos, y surgieron silencios, y miradas tímidas o esquivas. Para
no abrir esas puertas. Y las puertas a punto de derrumbarse. Y la oscuridad
todo lo envolvía, y las estrellas todo lo alumbraban. Y en la penumbra el
viento, una tibieza sugerida, una manta, un poco de café compartido. Y hablamos
de la vida, del diálogo que sólo se entabla a través de la comida, de Remedios
La Bella, de las mariposas amarillas, de Eva Luna y el cosmos, de los aromas de
la tierra que ella lleva en su piel. Del zodiaco y de lo que es, de lo que no
es, de lo que puede ser. Como luz que ilumina las noches de un largo camino…
Y
nos despedimos una y dos veces. Hasta tres. Y los astros se alinearon para una
última despedida, silenciosa, tibia, a través del correr sobre la tierra, por
caminos de este mundo. Por canciones compartidas. A veces cuando no se puede
llevar serenata, entonces esta se silba. Un último abrazo en el espacio tibio,
aislado de la bruma fría, de la partida hasta otra ocasión.
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