Por: Carlos Mario Marín
Ossa
@MarioossaM
En medio de un contexto
de agitación política debido a las elecciones territoriales que se avecinan y
en donde se juega el poder que establecido determinará el rumbo del país para
los próximos años, de las condenas cada
vez más numerosas y sistemáticas del círculo de amigos, subalternos y
colaboradores de un reconocido expresidente, del avance del proceso de dejación
de armas y desmovilización por parte de las FARC, del avance y profundización de las políticas
neoliberales en este país a instancia de los gobiernos de las élites económicas de Colombia; veo de
nuevo a través de la televisión de canales privados, un documental acerca de la
historia criminal de Pablo Escobar Gaviria, los asesinatos de líderes políticos
en la década de los años ochenta y el rumbo que tomó el país en manos de un
presidente que se encontró el puesto durante un funeral, que nos dio la
“bienvenida al futuro” y que hoy nos tiene en ese futuro que ahora no gusta.
En este documental como
en tantos otros documentos de orden oficial, uno de los planteamientos
recurrentes es que Escobar como otros narcotraficantes eran y son los mayores
enemigos del Estado y del Pueblo, que son y han sido algo así como la causa de
todos los males y del estado de postración de la nación.
Sin
desconocer que el poder corruptor del dinero del narcotráfico ha causado
grandes males en todos los ámbitos, no se puede caer en la trampa de entender
este sólo tópico como el gran mal nacional. El mayor mal y causa de todos los
problemas que como Nación hemos atravesado a lo largo de nuestra historia es la
gran desigualdad social y económica fomentada por un pequeño grupo de familias
de la élite criolla, que desde los albores de la colonia se apoderaron de la
riqueza nacional a través del despojo de los habitantes originarios y
posteriormente de la explotación de los demás colombianos de cualquier
extracción social diferente a la suya. Esas élites y la desigualdad que han
promovido, son los generadores de fenómenos criminales como el tráfico de
estupefacientes y de quienes a través de él han encontrado el camino para salir
de la miseria aun cuando sea delinquiendo.
Esa
pequeña élite ha sido la real promotora del odio de clases que llevó a grandes
sectores de campesinos, obreros y desposeídos a movilizarse y exigir el
reconocimiento de sus derechos durante el siglo veinte, pero también a tener
que esconderse y armarse para impedir su asesinato sistemático cuando en las
décadas de los treinta y cuarenta se decidieron a invadir las tierras de
latifundio que se encontraban sin explotación económica mientras millones de
campesinos morían de hambre en los campos, pueblos y veredas como en los
barrios humildes de las ciudades.
Esas
élites han utilizado todos los medios para mantener y aumentar la brecha de
desigualdad social, como forma de mantener el disfrute de sus prebendas y su
nivel de opulencia y derroche. Las élites han utilizado el fraude electoral a
través de la corrupción del dinero, cuando esto no ha sido suficiente han
utilizado la violencia de las armas tanto del Estado como las paramilitares.
Otra de las formas que utiliza la élite es la del adoctrinamiento de las clases
populares para convencerlas acerca de que los voceros de dichas élites y sus
partidos representan los intereses de estos pobres crédulos. Es inconcebible
ver a un colombiano de las clases populares militando en los partidos políticos
de la oligarquía nacional. La religión ha sido otra arma utilizada por la élite
para dominar la mente y el corazón del sector popular.
Las
élites auparon y sustentaron el acceso de los sectores medios relacionados con
el narcotráfico, a los niveles de representación política colegiada y a las
administraciones de todos los órdenes territoriales. Esto con el fin de
utilizar el conocimiento criminal de estos sectores para coaccionar al
electorado humilde y para garantizar el saqueo del erario. Esta opinión se
puede apoyar en innumerables documentos periodísticos, históricos e
investigativos. Es conocido – aunque oficialmente no se exponga – que en
diferentes períodos “honorables” empresarios y colombianos de élite se
beneficiaron del dinero del narcotráfico y acrecentaron sus fortunas o salvaron
los tiempos de crisis económica a través de este medio. Hoy en todo el país se
escuchan voces de esas élites, que claman por recuperar la dignidad nacional,
de departamentos y municipios, ahora que esos sectores de “nuevos ricos” que
una vez utilizaron para manipular la política y atracar los dineros públicos se
les salieron de las manos y ni siquiera respetan su alcurnia y pedigree.
La
salud, la educación, los recursos naturales renovables y no renovables, la
tierra, la siembra de alimentos, la micro, pequeña y mediana empresa nacional,
la vivienda, el trabajo y el futuro de las grandes mayorías han sido el
objetivo de explotación y abuso por parte de esas élites para enriquecerse de
forma continuada e incluso violan cualquier concepto y sentimiento de
patriotismo y soberanía al permitir que los extranjeros determinen nuestras
políticas y exploten nuestros recursos y a nuestras gentes.
Si
existe un gran mal nacional, ese es el proceder de esas élites. La solución
debe ser en consecuencia su remoción de los escenarios de poder y su reemplazo
por voceros de los intereses de las mayorías del pueblo. La conciencia de que
tenemos el derecho y el convencimiento de que podemos, debe llevarnos a avanzar
en la toma del poder político para así convertir los intereses populares en
derecho, sin renunciar a la utilizaciones de las acciones movilizatorias y
unitarias.
En
este escenario preelectoral comenzarán a presentarnos cualquier cantidad de
espejismos, pero no podemos equivocarnos : no es con los partidos de las
élites, ni con los partidos de los nuevos ricos que encontraremos las
soluciones a los grandes males. Las alianzas contra un saqueador para colocar a
otro saqueador o a su representante son tan útiles como la alianza que hizo el
gobierno con unos narcos para salir de otro narco.
El
destino popular está en nuestras manos, pero debemos convencernos de que
podemos y decidirnos a hacerlo.
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