lunes, 15 de abril de 2013

9 DE ABRIL: LA CEGUERA MACONDIANA ENTRE RIOS DE ESPERANZA


Por: Carlos Mario Marín Ossa.
        @MarioossaM

La jornada del 9 de abril de 2013, pasará a la historia nacional como una situación inédita en 65 años, pues tal vez por primera ocasión desde aquel día de 1948 –en que la sórdida e inmoral codicia de la oligarquía colombiana y norteamericana, desató la “horrible noche”  sobre varias generaciones de compatriotas, aunque en el himno nacional entonemos como papagayos que esa horrible noche cesó- el evento central no fue conmemorar el asesinato del caudillo del pueblo Jorge Eliecer Gaitán Ayala; sino la gran movilización nacional en apoyo del proceso de paz que al momento llevan en la Habana (Cuba) los representantes del gobierno nacional –representantes de la oligarquía colombiana y su aparato militar y policivo- y los representantes de la insurgencia armada. Uno de los listones que se enarbolaron, fue el discurso de una jornada para recordar y honrar a las víctimas del conflicto armado colombiano.

Visité la capital del país, para observar y escuchar de primera mano lo que ocurría allí durante esta jornada y bajo qué contexto.

Ríos de Esperanza.

Aunque existen diversas versiones sobre la cantidad de marchantes, mi cálculo es que en Bogotá se movilizaron por las calles y hacia la plaza de Bolívar alrededor de 200.000 personas apoyando la búsqueda de la paz y recordando a sus víctimas. En el resto del país la acogida no fue tan multitudinaria como se ha visto en otras ocasiones, caso concreto: Antioquia.  

Bogotá. 9 de abril de 2013/Foto - Carlos Mario Marín Ossa


Pero otro hecho que no se debe ocultar, es que Bogotá no marchó en esta jornada. Lo que se apreciaba en los habitantes de la capital, es que estaban inmersos en sus actividades cotidianas y medianamente intrigados por la marcha que recorría las calles. Salvo algunos habitantes vinculados con procesos sociales o políticos del distrito capital que tienen intereses en el proceso, las gentes capitalinas siguieron su rutina.

Como es sabido ya, el taimado ministro de defensa realizó su propia marcha con los integrantes de la fuerza pública, invocando reivindicación para las víctimas de la institución castrense.

Y aunque los colombianos que marcharon en Bogotá, lo hicieron invocando la paz; lo cierto es que las concepciones de la paz que quieren unos y otros difiere en asuntos claves –por lo menos así lo sugieren las declaraciones escuchadas a través de diversos canales-. Es claro sin embargo, que la esperanza está presente y son ríos los que movilizan este sentimiento. Debe ser así necesariamente, porque el anhelo legítimo y necesario de la paz es el anhelo del pueblo (de aquel que ha sufrido y sufre los rigores de la pobreza, la ignorancia y la exclusión social, económica y política). En este pueblo que anhela el fin del fuego de las armas para vivir tranquilos y poder buscar soluciones al conflicto social, nos encontramos los civiles y miembros de la fuerza pública. Pero no aparece en este pueblo la oligarquía colombiana, tampoco los miembros de la fuerza pública que con el influjo de su rango y años de sometimiento a los designios de esta clase opresora, han vendido su dignidad y la confianza del pueblo en pos de prebendas y negociados.

Vista de Bogotá - Cra. 7a. calle 13./Foto - Carlos Mario Marín Ossa


Los hijos de la oligarquía no pagan servicio militar, ni engrosan las filas de la fuerza pública. No serán enviados nunca al frente de batalla como carne de cañón y precisamente por eso no titubean al ordenar que se envíen a cientos de miles de campesinos e hijos de trabajadores a recibir las balas y explosiones del conflicto armado. Por eso, dicha esperanza nos pertenece y es legítima su reclamación. A ellos el silencio de los fusiles les interesa por razones estrictamente económicas.

Pero debemos apostarle a la búsqueda de la paz –inicialmente del fin del conflicto armado interno-. Es un deber y un derecho.

Entender las intenciones ocultas.

El colombiano de a pie espera la paz como forma de vivir sin la zozobra de quedar entre el fuego cruzado de los combatientes o entre las explosiones de cualquier aparato convencional o no convencional utilizado en los enfrentamientos bélicos. Así podremos legar a nuestros hijos la posibilidad de vivir sin el miedo que genera la guerra. Ambicionamos la posibilidad de estudiar, trabajar y salir a pasear sin el miedo de quedar en medio de un enfrentamiento armado.

La Oligarquía colombiana, quiere la paz (el fin del conflicto armado) para que sus intereses económicos no se vean afectados y puedan ser concretados de acuerdo a sus expectativas. Sus problemas de seguridad son mínimos pero caben dentro de las posibilidades. Sus negocios con el gran capital internacional se ven abocados a restricciones no deseadas en medio del conflicto bélico de tipo ideológico confrontacional. Además, algunas zonas del país de importancia estratégica para su explotación y usufructo, están restringidas a su influjo.

Entre las tácticas para garantizar el alcance y disfrute de sus intereses económicos, está lograr la reelección del presidente Juan Manuel Santos –miembro a su vez de una larga estirpe de la más antigüa oligarquía nacional- y quién de forma particular desea pasar a la historia como el presidente que firmó la paz. Por supuesto, algún presidente deberá firmar esa paz y ese hecho quedará en el registro histórico colombiano. Eso no está mal, pero no genera la confianza suficiente el deseo visible de reelección, y posibilita resistencias de diversos sectores como en efecto está ocurriendo.

Plaza de Bolívar. -Bogotá 9 de abril de 2013- Foto/ Carlos Mario Marín Ossa


Los altos rangos de la fuerza pública tienen un factor que necesariamente atenta contra la conveniencia del fin del conflicto armado, y es que el gigantesco presupuesto para la guerra – llamado dentro del Plan Nacional de Desarrollo “Defensa y Seguridad”[1] – es de 58,09 Billones de pesos constantes de 2010. Más del 10% del total del presupuesto nacional para el cuatrenio 2010 – 2014. Sumado al gran personal y bienes que se encuentran bajo su mando, se concentra un grandísimo poder en manos de los altos rangos militares y policivos, por supuesto no es fácil renunciar al mismo.

Los sectores que se han apoderado (saqueado) de las tierras y desplazado a varias generaciones de campesinos por diversas vías a través de décadas, no tienen interés en que el proceso salga avante. Concentran gran poderío económico, político y militar; y lo utilizan para impedir que cualquier iniciativa – incluso legal – posibilite la recuperación de las tierras por parte de las víctimas del despojo. No en vano la Ley de reparación de víctimas, define a estas y sus “derechos” a partir de 1985; es decir, desde el inicio de la violencia paramilitar y narcotraficante. Pero las víctimas del conflicto armado colombiano en términos más generales y de forma concreta comienzan cerca de 20 años antes del 9 de abril de 1948. Quienes desataron la violencia contra el pueblo colombiano desde esas fechas, ahora son “decentes y prestigiosos” líderes y miembros de la alta sociedad nacional. Apoltronados en el congreso, la presidencia, los órganos de control, las altas cortes o con sus agentes en dichas instituciones; ya no responderán por la deuda histórica con este pueblo avasallado.

Bogotá, 9 de abril de 2013 / Foto - Carlos Mario Marín Ossa


Por otro lado, los más recientes victimarios se enfrentan ante la posibilidad real de enfrentar a la Corte Penal Internacional una vez las condiciones político-sociales del país varíen, las fuerzas insurgentes se reintegren al sistema social y la correlación de fuerzas de los factores reales de poder se modifiquen.

El capital internacional bajo las condiciones de crisis sistémica del capitalismo, cuyo ciclos recesivos se acortan cada vez más y que inciden de forma fundamental en las expectativas económicas y de ganancia de las economías “desarrolladas”, en las tasas de interés de dichos mercados y en las perspectivas de ubicar sus excedentes de producción y llevar sus capitales golondrina a países latinoamericanos que ofrezcan tasas diferenciales de ganancia superiores al mercado norteamericano y europeo; tienen interés en apoyar el proceso de paz. Pero no como una muestra de solidaridad o como aporte a la reconciliación del pueblo colombiano. Su interés radica en que para poner en práctica sus imposiciones comerciales (TLC), su “confianza” en nuestra economía (explotación minera, patentes en biodiversidad, farmacéuticos, semillas, etc.) y su especulación financiera a través del flujo de capitales golondrina; es conveniente que desaparezcan las oposiciones armadas de gran influjo, que ya el sistema político y el modelo económico no variará sustancialmente. Para eso existe la clase dirigente colombiana, al servicio de sus mandatos y en franca traición a su pueblo.

Bogotá, 9 de abril  de 2013 / Foto - Carlos Mario Marín Ossa


Por último, las fuerzas insurgentes luego de cinco décadas de guerra, acusan un desgaste militar, ideológico y financiero normal luego del escalamiento de la guerra y el crecimiento del aparato armado, con los altibajos de las diferentes fases del conflicto. El país social parece inclinarse hacia salidas democráticas (aunque las elecciones las ganen quienes escrutan) debido al cansancio del miedo y el desasosiego del belicismo. Organizaciones sociales y políticas alternativas de diverso orden propugnan por educación y pedagogía de los derechos, como forma de adelantar una revolución cultural que modifique gradualmente las estructuras del poder en la Nación y empodere al pueblo en la búsqueda y solución de sus problemas, en la creación de paradigmas de gobierno sociales y participativos; y en implementación de un modelo económico que garantice el Estado de Bienestar. Todo por la vía democrática participativa.

En este contexto, la firma del fin del conflicto armado y la inserción en la lucha política y democrática es el camino.


LA CEGUERA MACONDIANA

Si bien es cierto los argumentos en contra del avance de este proceso de paz hacen eco en amplios sectores nacionales, sobre todo en aquellos más pobres y sometidos a la andanada mediática de los amigos del sector recalcitrante y de extrema derecha; la paz es un imperativo para este pueblo.

El sólo hecho de que nuestros hijos conozcan este país sin guerra, ya vale la pena de apostar por el proceso. Sin duda las luchas democráticas por solucionar el conflicto social para buscar calidad de vida, bienestar, desarrollo y soberanía; serán más fáciles de acometer en un clima de paz. No en vano, un grueso número de los marchantes eran jóvenes menores de 25 años. Parece que algunos de los mayores, no han ayudado a construir un país equitativo, soberano y democrático; y aun así pretenden imponer sus “criterios” sobre la esperanza de las nuevas generaciones.

Niños apostados sobre la Av. Caracas Pidiendo la PAZ. Foto/Carlos Mario Marín Ossa


Será indispensable la construcción de un nuevo “Contrato Social” en donde las élites cedan privilegios en pos de mantener un clima social equilibrado y la fuerza pública defienda los intereses de todos los colombianos y no sólo de un puñado de ellos. El concurso de los entes castrenses es necesario para que este orden de las cosas se dé.

De lo contrario las pugnas necesariamente se agudizarán y las contradicciones continuarán antagónicas. Para todos es mejor disfrutar de ciertos niveles de privilegio que arriesgar a no tener nada.

En contra del interés mayoritario de la Nación, se encuentra el interés de un grupúsculo de agentes oscuros que se caracterizan por el dogmatismo y la imposición de la fuerza para defender el resultado de sus acciones de despojo y avasallamiento. Son aquellos que gustan de un pueblo indigente y menesteroso que crea que ellos con sus limosnas son sus salvadores, cuando en realidad son sus más crueles verdugos. Son aquellos que se enfrentan a la posibilidad de la Corte Penal Internacional. Aquellos que añoran la época inquisitorial del oscurantismo. Sufren de la ceguera macondiana más trágica, porque cuando la “enfermedad del olvido” llego a Macondo, sus habitantes la enfrentaron escribiendo sus memorias en papelitos que dejaban por todas partes para recordar. Pero en este contexto de ofensiva contra la paz, los papelitos macondianos no sirven a la memoria, porque quienes los han escrito están ciegos.



[1] Plan Nacional de Desarrollo 2010 – 2014. Prosperidad para Todos. Ley 1450 de 2011. Art. 4o. Pág. 3

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