“Lo
peor que puede producir una sociedad,
es
alguien que no tiene nada que perder”.
Peter
Drucker
“Fui
más allá del oro:
entré
en la huelga.
Allí
duraba el hilo delicado
que
une a los seres, allí la cinta pura
del
hombre estaba viva…”
La
Huelga – Pablo Neruda.
Por:
Carlos Mario Marín Ossa
@MarioossaM
En
el año 2018, Colombia, como gran parte del mundo, conmemoraba los cincuenta
años del Mayo de 1968 en los países europeos occidentales capitalistas,
en algunos de la llamada “cortina de
hierro” y en unos pocos de los denominados “tercer mundo” (Latinoamérica, Asia y África). Ya por entonces se
sentían movimientos de inconformismo creciente en los países latinoamericanos
que habían retrocedido de los gobiernos de la ola progresista hacia el regreso
de la ultraderecha; con lo que en varios casos, como Chile, Argentina y
Ecuador, se mantenía el ciclo neoliberal iniciado en la década de los años
setenta y ochenta. La consigna del movimiento social y estudiantil chileno del
año 2019, da cuenta del ciclo que tocaba el pináculo del despojo y del No
Futuro: “No son treinta pesos, son treinta años”. En Colombia, también el ciclo
neoliberal va cumpliendo treinta años de profundización y despojo, pero sin
ciclo progresista que haya presentado una alternativa.
Algunos
elementos de mayo de 1968 se encuentran
en la insurrección latinoamericana que encontró un punto alto en el segundo
semestre del año 2019: El aparente crecimiento económico no garantiza la
estabilidad social ni cultural, las formas comunicativas de la insatisfacción
dieron un cambio radical frente a las tradicionales formas de los sectores
organizados (especialmente de la izquierda ortodoxa), las nuevas tecnologías de
la comunicación masificaron los mensajes, la organización y una cierta
unificación de la acción, y además, el movimiento superó la “vanguardia” de las
viejas dirigencias agrupadas en la izquierda
y en el movimiento sindical ortodoxos.
Ayer
como hoy, y de forma concreta en Colombia, la movilización, la insurrección, ha
corrido por cuenta de sectores privilegiados de trabajadores y estudiantes.
Porque en un mundo que despoja a las masas humanas como medio de acumulación de
riqueza, quien puede trabajar en condiciones de relativa estabilidad, o quien
puede acceder al estudio, especialmente el universitario, es un privilegiado.
La
configuración de las ciudades colombianas a partir de la década de los años
cincuenta del siglo veinte, inició la concentración de la población en los
centros urbanos, y con ello la aglomeración de la mano de obra barata para el
proyecto de industrialización, del contingente que demandara la producción de
bienes y servicios, de la demanda de vivienda y posteriormente de servicios
financieros y especulativos a través del capital en forma de dinero que se
presta a la masa humana que vive en las ciudades y que permite concentrar más
la riqueza a través de la renta que se paga por el uso del dinero para el
consumo de lo que producen los propietarios del capital agropecuario,
manufacturero y comercial [i] (1). Dichos centros
urbanos, concentran además toda la problemática de vivienda, servicios
públicos, desempleo, violencia, acceso a la salud, la educación y la cultura.
Es
en estas ciudades, en donde vivimos dos generaciones que nos movilizamos
preponderantemente: Quienes nacimos previo al año 1990 (en donde César Gaviria
Trujillo nos dio su “bienvenidos al futuro”) y quienes nacieron posteriormente.
Los primeros, nos educamos y formamos profesionalmente para vivir en un país
que contaba con las reivindicaciones sociales y laborales alcanzadas en las
décadas de los años sesenta, setenta y ochenta, razón que nos llevó a
establecer un plan de vida que nos fue obligado a abortar por la élite que
decidió por nosotros. Los segundos, nacieron sin la posibilidad de un plan de
vida factible y digno, pues ya todos los derechos habían sido convertidos en
mercancía por la misma élite.
Aun
así, esta movilización de trabajadores y estudiantes (y algunos pensionados) es
una movilización de privilegiados, insisto, aunque parezca una paradoja. En las
periferias de las ciudades vive una población totalmente excluida de las
posibilidades arriba mencionadas, sometida a la violencia que se deriva de la
imposibilidad de acceder a mínimos derechos alimentarios, de salud, vivienda,
empleo y educación; quienes viven de
forma brutal la hegemonía que las élites dominantes imponen en estos “sitios de
concentración de las redes y matrices ideológicas, culturales y educativas que
se erigen como forma y modelo de las sociedades modernas” [ii](2). Estas gentes se
encuentran atrapadas en su situación, sin posibilidades de comprender y
racionalizar el momento histórico, sin la capacidad de tomar iniciativas de
reivindicación o de generar cambios como clase social, y sin el acompañamiento
o la solidaridad clara de los sectores sociales organizados que en no pocas
ocasiones emulan las formas de los explotadores.
Los
gobiernos nacionales, casi sin excepción, le han apostado a la guerra, pues con
ella han logrado concentrar la riqueza, los privilegios y las desigualdades;
como a través de las guerras los países imperiales “hicieron tabla rasa del
pasado y condujeron a una transformación de la estructura de las desigualdades
en el siglo veinte” [iii]
(3).
Con
todo, el cambio generacional (que no es estrictamente de edad, más si de
mentalidad) ha impulsado mantener el ánimo como no se veía desde hace más de
treinta años, especialmente porque esta movilización no es sectorial sino
política y amplia. Pero como en Mayo de 1968, se precisan niveles de
organización que no se entrampen en las limitantes de las viejas dirigencias ni
en su egos, que mantengan nuevas formas comunicativas, que amplíen la
convocatoria y superen la ortodoxia, que tampoco se queden en procesos
anarquistas y que se decidan a tocar las estructuras. De lo contrario, este
momento será una nueva anécdota que tocará niveles políticos, pero que no
conducirá a horadar la estructura del despojo y de la desigualdad.
En
Colombia podemos parafrasear que no son
treinta motivos, sino treinta años.
[i]
(1) José Antonio Ocampo Gaviria, Joaquín Bernal Ramírez, Mauricio Avella Gómez,
María Errázuriz Cox. Industrialización e
intervencionismo estatal 1945 -1980. Compilado en Historia económica de
Colombia. Fondo de cultura económica. 2015.
Congreso de los Pueblos. La Disputa de las ciudades y
territorios urbanos: Por la construcción de un modelo de ciudad para la vida
digna. 2018.
[ii]
(2) Congreso de los Pueblos. La Disputa de las ciudades y territorios urbanos:
Por la construcción de un modelo de ciudad para la vida digna. 2018.
[iii] (3)
Thomas Piketty. El capital en el siglo XXI. Parte tercera y cuarta. Fondo de
cultura económica. 2014.
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