Por: Carlos
Mario Marín Ossa
@MarioossaM
No
todas las cosas son como parecen, pero algunas realidades son y no se modifican
fácilmente.
Una
familia que vive en un agujero miserable, y cuya mayor preocupación es buscar
un punto de su vivienda en donde puedan captar una señal de “wi fi” para
poderse conectar de forma gratuita a internet y a sus redes sociales, parece el
inicio de una comedia ubicada en un mundo en donde la virtualidad es el mayor
vínculo con una realidad imaginada o soñada.
Parasitos,
es la crónica con lenguaje globalizado de la historia de la humanidad capitalista
contemporánea. El guión nos va llevando desde las escenas más patéticas de unas
personas que buscan la supervivencia a través de todas las herramientas a su
disposición, en una carrera frenética de arribismo, en la cual se remueve a
cualquier otro congénere que represente un obstáculo para escalar a mejores
condiciones de vida.
Al
mejor estilo de la malicia indígena colombiana, los miembros de esta familia
van deshaciéndose de aquellos que se interponen en su planes de ascenso, en una
carrera que se torna hilarante por lo desproporcionado y abyecto de los métodos
que emplean para aprovecharse de la “ingenuidad” de una familia de clase alta,
con el fin de obtener los beneficios que esperan.
Pero
unos y otros están en el lugar que les ha asignado la sociedad: Los que tienen
y los que no tienen, de forma tal que unos explotan y otros son explotados.
Cada
quien ve la realidad a través del prisma con que está construido su mundo. Y en este punto uno va comenzando a pensar
¿Quién se aprovecha de quién?
De
repente, todo el decorado cambia, y los personajes son remitidos nuevamente al
lugar que les corresponde. Los desposeídos regresan a su sitio bajo el temporal
que los hace sentir de nuevo el frío, descienden literalmente a través de los
escalones que los devuelven a su vida subterránea, pasando por cada uno de los
círculos del infierno. Los poseedores, continúan en la burbuja colorida y
soleada de su mundo segregado. Allí no sienten el olor a “rabanito viejo” que
no es otra cosa que el olor a la pobreza.
Y
cuando cada quien ha salido de la orgía de su mundo imaginado, se desata la
resaca sangrienta que los pone ante la realidad a la que ningún ser humano
puede escapar, y en donde las moscas saborean por igual la sangre de quienes
mucho tuvieron y de quienes nada poseyeron.
Al
igual que en la película, nuestras sociedades se mueven entre las burbujas de
quienes poseen la riqueza, viven en su mundo y no conocen ni entienden ese otro
mundo que se extiende a través de todos los círculos del infierno. Los
desposeídos, en su afán de arribismo, sacrifican a otros desposeídos con la
vista puesta en ese Olimpo imaginario que ansían. Pero deben subir muchas
escalas para acercarse. Cuando comienzan a rozar los dedos de los dioses, la
gravedad los devuelve al subterráneo.
Y
como en cada tragedia, cuando ambos mundos se superponen, afloran todas las
frustraciones y lo imposible se vuelve posible. El caos es una conclusión
ineludible.
Debajo
del Olimpo también existen los laberintos subterráneos de aquellos que comen de
las migajas que caen de la mesa del rey. Es una vida tranquila y sin mayores
riesgos. Pero la mayoría no alcanza a recibir estas migajas, pues sus mundos
están mucho más abajo, en los círculos más profundos de lo dantesco. Cuando
suben a la superficie, es cuando se desata el caos. Cuando aquellos que viven
en la burbuja se encuentran con aquellos que no tienen nada que perder.
El
director Bon Joon Ho,
es tremendamente simbólico y nos lleva a través de un tobogán de emociones que
no se pueden predecir.
Como
le decía John Milton a Kevin Lomax en la película “El abogado del diablo”, “No
lo verás venir”.