Por : Carlos
Mario Marín Ossa
¿Desesperanza en Venezuela o en Colombia? La reserva de cañón para un golpe suave. |
Venezuela
y Colombia viven procesos de “golpe suave” que pasan por el falseamiento y
manipulación de la realidad y de la historia. Cada país, sumergido en una lucha
nacional que busca la defensa de intereses diferentes y que se encuentran al
servicio de diferentes destinatarios.
A
partir de la llegada de Hugo Chávez y del proyecto bolivariano al poder en
Venezuela, se desató casi de inmediato una andanada mediática desde los medios
de comunicación de ese país –de propiedad de los grupos económicos adscritos a los partidos políticos
tradicionales del Copei y de la AD- con
el fin de iniciar una etapa de inserción de matrices ideológicas y
comunicativas para generar confusión y miedo frente a las supuestas carencias y
conflictos que generaba la búsqueda de un nuevo modelo económico, político y
social, el cual ya no era de dominio de las élites locales. La ayuda inmediata
a la guerra de cuarta generación (guerra mediática) llegó desde los medios de
Colombia y Estados Unidos, de propiedad de las élites económicas y políticas
aliadas de vieja data de aquellas venezolanas. En paralelo, los ricos venezolanos iniciaban
un proceso de desabastecimiento de productos de primera necesidad, el boicot a
la industria petrolera (en asocio con sus pares de las transnacionales del
crudo) y la manipulación de la historia que escondía que los problemas de la
industria y del campo venezolanos son el resultado de las decisiones políticas
de las élites a partir de la década de los años setenta del siglo veinte,
cuando ante el auge petrolero, tanto los gobiernos adecos y copeyanos
decidieron “suplir” las necesidades de consumo de la nación a través de la
importación de bienes y servicios que se pagaban con petrodólares y empujaron
una hiperinflación galopante que llegó a ser una de las más escandalosas del
mundo. Los prejuicios y señalamientos
que se le hacen a la revolución bolivariana son en realidad patrimonio de las
propuestas y hechos políticos de quienes hoy apuntan el dedo.
Rápidamente
en Colombia, se impulsó la llegada al poder de Álvaro Uribe Vélez y su política
de la seguridad nacional (en consonancia con la política gringa y que se
enfocaban muy bien en atacar los cambios progresistas tanto de Venezuela como
de los países que luego fundaron el ALBA y la UNASUR). Uribe, quien antes de
las elecciones presidenciales de 2002 sólo marcaba un 2% de intención de voto,
rápidamente fue apoyado por los sectores políticos del círculo de César Gaviria
Trujillo –expresidente y para el momento Secretario general de la OEA, que
implantó el neoliberalismo planeado desde los círculos económicos, políticos y
académicos de Estados Unidos desde la década de los años sesenta). Ese apoyo con
énfasis regional y la recomposición política nacional generada por la violencia
paramilitar, apoyaron el proyecto de ultraderecha de Uribe y sus amigos para
contraponerlo en el ámbito externo a la amenaza a los negocios que representaba
la revolución de izquierda en el continente; y en el ámbito interno a la
posibilidad de cambios en las estructuras sobre todo de distribución de la
tierra. Ya los conservadores, de antaño “comulgaban” con la defensa del
latifundio y de su fortalecimiento sin importar el método o el procedimiento.
Para
Venezuela, el proceso de golpe suave ha tenido las etapas de implantación o
resurgimiento de los prejuicios anticomunistas, de la vulgaridad de sus
presidentes Chávez y Maduro (a diferencia del hálito de respetabilidad de clase
y corbata de adecos y copeyanos), de señalamientos de totalitarismo y atentados
contra la democracia y los derechos humanos. De esta forma las élites propias y
foráneas buscan deslegitimar el gobierno que salió del pueblo y que dejó de
favorecerlos.
En
Colombia, luego del fracaso de Uribe por perpetuarse en el poder (algo de lo
que acusa a Venezuela) y del endoso (que no funcionó como esperaban) de su
proyecto a Juan Manuel Santos, la ultraderecha colombiana enfocó sus esfuerzos
en desprestigiar la política de paz del gobierno que ahora no estaba en sus
manos. Para ello, se prestaron de forma evidente y servil los medios masivos
más alineados a esta causa. Es así como
se han implantado con éxito relativo matrices ideológicas tan absurdas como que
Santos es comunista, que favorece la entrega del país a la política de
homosexuales, que busca implantar los modelos cubano y venezolano, que entrega
la dignidad de las fuerzas militares y de policía al terrorismo.
En
Venezuela y Colombia, el calentamiento de calle es evidente y se han
multiplicado las marchas y protestas impulsadas por la ultraderecha a partir de
las mentiras, del falseamiento y manipulación tanto de la realidad como de la
historia. El propósito es buscar la deslegitimación y la fractura de las
instituciones. A fe, lo han logrado en cierta medida. En Venezuela, la Asamblea
Nacional en su mayoría está en contra de las demás instituciones que señala de
oficialistas. El Consejo Nacional Electoral y la Defensoría del Pueblo son
señalados por la oposición de antidemocracia, las fuerzas armadas las señalan
de violaciones de derechos humanos. En Colombia, la Procuraduría General de la
Nación fue tomada por un fanático de ultraderecha y puesta al servicio de la
persecución política, las fuerzas armadas y de policía se encuentran divididas
entre quienes legitiman y añoran las épocas de gobierno de la ultraderecha y
quienes sienten que el fin de la guerra civil armada es un avance histórico.
En
Venezuela el capítulo más reciente son las marchas sistemáticas y continuas
acompañadas del saqueo y la violencia, las cuales han sido convocadas por la
oposición al modelo actual.
En
Colombia, ese capítulo reciente se da por la visita de dos representantes natos
de la ultraderecha al nuevo presidente de Estados Unidos y el persistente
ataque a los acuerdos de paz; y de la aparición del video de un confeso ex -
policía colombiano, militante del partido político de Uribe, personaje que en
dicho video justificado en su rechazo al modelo de paz actual, exhorta a
asesinar al presidente Santos, a plantar francotiradores en las ciudades para
que asesinen líderes sociales y políticos que trabajan en la búsqueda de la paz
y a realizar atentados terroristas en aviones que transporten a dichos líderes.
Venezuela
y Colombia, cada uno con intereses políticos contrarios (sólo coinciden en
paz), están listos para la arremetida contra las posibilidades democráticas
propias y para la intervención del imperio. En un país la intervención militar
y en el otro, la intervención política.
Así
se da un golpe suave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario