El odio al otro, a sus
ideas no unanimistas, a su formas diversas,
se materializa también
en el boicot sistemático de sus derechos
políticos, de su
derecho de acceso a espacios de representación,
vocería y debate; de la violación disimulada
de su dignidad humana.
@MarioossaM
Por:
Magisterio Alternativo de Inclusión Social – MAIS
Como
si se tratara de un espectáculo carnavalesco, los medios de comunicación que
pertenecen a las clases dominantes de Colombia, a los emporios económicos tanto
nacionales como foráneos, muestran de forma contradictoria el momento histórico
que vive nuestro pueblo a través de los diálogos con las insurgencias armadas
del país. En ocasiones reproducen la información oficial que espera llevar a
buen puerto el proceso de la Habana, en otras sirve como amplificación a los
desvaríos rabiosos del expresidente Uribe y su guardia pretoriana o de su émulo en
las sombras, el señor Vargas Lleras y su aspiración presidencial. El mensaje es
confuso y contrario a lo que podría suponerse, no hace parte de un ejercicio de
pluralidad o imparcialidad. Se trata de la instauración calculada y soterrada
de unas matrices comunicativas e ideológicas que mantienen al espectador común
pivoteando entre los límites de la agenda mediática de las élites de forma tal,
que sienta estar tan bien informado y de una forma cada vez más saturada y sin
profundidad, que carezca de capacidad crítica e histórica; y por lo tanto de
condiciones para tomar las decisiones adecuadas, con criterio propio, en los
momentos que su historia y la historia nacional los requiera.
Así
es que en los momentos que el país se acerca a la firma de un proceso de
dejación de armas por parte de un sector de la insurgencia y la fase pública
con otro sector de la misma, el papel de la prensa alternativa, de los medios
digitales, radiales y televisivos de los sectores de izquierda democrática,
progresistas y de las clases populares, juega un papel fundamental para que el
pueblo conozca las verdades ocultas en los centros del poder mediático de la
oligarquía. Y una de las verdades ocultas desde dichos centros de poder es esa
realidad histórica sobre su papel en el conflicto armado. Sin embargo y acorde
con la exigencia histórica de esa paz que esperamos construir los colombianos a
continuación del proceso de dejación de armas de la Habana y de los tiempos del
post acuerdo, es menester desarrollar dicho debate con altura y una generosa
rigurosidad, virtudes en las que los maestros son puntal esencial desde el
ejercicio docente en sus aulas, en su actitud crítica y ética, en la asunción
de su rol histórico como formadores de generaciones para la verdad, la libertad
y la valentía.
Crisis, injusticia y violencia como
proceso histórico de las élites
Recordando
la historia y sobre todo la historia revisada, la contada por quienes ganaron
la guerra de independencia pero perdieron la batalla contra el criollato
manipulador que quería liberarse de las cargas tributarias de la España
colonial y asumir el poder político a su manera; nos encontramos con todo el
proceso de imposición de las condiciones económicas, políticas, culturales y
sociales de la élite nacional, el mantenimiento de las relaciones feudales y la
entrega de la soberanía nacional a los imperios norteamericano o inglés, como
al capital financiero interno y externo. Superadas las guerras intestinas del
siglo diecinueve y comienzos del veinte se comenzó a trazar el proceso de
industrialización nacional tanto en manufacturas como en el campo. De esta
forma, entre 1945 y 1980 se adoptó un modelo de sustitución de importaciones
para comenzar a producir los bienes que se traían del extranjero, proceso
gradual que fortaleció la industria manufacturera nacional en varios sectores.
En paralelo se llevó mecanización y cierto nivel de tecnología al campo para
impulsar el modelo agroindustrial. Pero esta política contaba especialmente con
un enfoque hacia los grandes poseedores de tierras del cual poco o nada se
beneficiaron los campesinos minifundistas y microfundistas. Menos aún los Sin
Tierra. Como una política de concentración de la tierra y de segregación social
se impulsó e impuso el modelo de ganadería extensiva. Los movimientos
campesinos de comienzos y mediados del siglo veinte, y de los años setenta siempre fueron
infiltrados, engañados y atacados con brutalidad por parte del Estado, dejando
miles de muertos, algunos tan reconocidos como Jorge Eliécer Gaitán. El cultivo
del café también ha sido una estrategia contrarevolucionaria de los Estados
Unidos para impedir el avance de las ideas sociales en un país que se debate en
la pobreza y en la concentración de la riqueza en las mismas manos de siempre.
Así nació el pacto mundial de cuotas para el café y caído el muro de Berlín
también terminó dicho pacto.
Finalizando
los años setenta y comenzando los ochenta se comenzó a aplicar el modelo
neoliberal de libre mercado, la disminución de la intervención estatal en la
economía, hasta que en 1990 el presidente César Gaviria Trujillo entregó el
país a la voracidad del capital especulativo internacional, a las corporaciones
y con su “Revolución Silenciosa” permitió una competencia desleal de economías
extranjeras fuertemente subsidiadas, con desarrollos tecnológicos ante los
cuales no podíamos competir, a la vez que reformaba la estructura jurídica,
administrativa y política del Estado para adaptarlas a los mandatos del
Consenso de Washington, es decir, a los intereses de la corporación extranjera.
Así se acabó con la manufactura nacional, con el campo y con nuestro empleo.
Los maestros fuimos víctimas directas de todo este proceso. Por ello no podemos
olvidar la historia. La memoria y la verdad son pilares de la paz.
En
el comienzo del siglo veintiuno, los demás presidentes Pastrana, Uribe y Santos
terminaron de entregar la soberanía y la dignidad con el Plan Colombia, con la
entrada de espías y soldados gringos que entre tantas ignominias, aprovecharon
su estatus diplomático y la rodillera presidencial para seducir y violar
mujeres colombianas y luego irse al país del norte en total impunidad.
Los
resultados de estos últimos gobiernos se materializan en el 2016 con una
inflación promedio para 2015 de 6,77%, una inflación para los sectores pobres
de ingresos bajos que es superior al 7,2% y un incremento del salario mínimo de
tan sólo el 7%. Situación no sólo injusta, sino abiertamente inconstitucional.
La devaluación acumulada entre enero de 2015 y enero de 2016 es del 70%,
situación que ni así ha favorecido las exportaciones. La crisis fiscal se
encuentra en el límite pues estos gobiernos le apostaron a la megaminería, al
enfoque extrativista y al petróleo en particular. Hoy con un precio
internacional del crudo de 30 dólares por barril, los ingresos nacionales se
encuentran fuertemente golpeados. Los recortes por supuesto siempre tocan a la
educación y a la salud. La balanza comercial es altamente deficitaria pues
importamos más de lo que exportamos y lo que es más grave, importamos alimentos
que antes producíamos pues los gobiernos así lo decidieron sin consultarnos.
Para compensar la situación, se venden activos estratégicos como Isagén y se
planean incrementos del IVA, de las tarifas de servicios públicos,
reestratificaciones y actualizaciones catastrales. Se ha intensificado la
persecución y criminalización de quien piensa diferente y protesta.
Para
colmo de males, el agua para la supervivencia del pueblo colombiano se
encuentra en riesgo pues las transnacionales mineras recibieron de los
gobiernos de Uribe Vélez y Santos patente de corso para atentar contra las
comunidades, contra el medio ambiente y operar con total impunidad como en
cualquier colonia.
La
paz se construye con soberanía, con alimentos propios, con dignidad, con
educación pública, con salud como derecho y con empleo digno.
Los sectores populares y el movimiento
social son la clave de la Paz.
Si
tenemos la claridad y la consciencia suficientes, si vencemos el temor a la
represión de las élites, si nos reconocemos como pueblo, como una Nación de
Naciones, pluriétnica, pluricultural, diversa, con deberes pero también con
derechos, si entendemos que el ejercicio de la soberanía y de la dignidad es un
proceso de Poder Popular y de la construcción de un proceso histórico propio,
podemos avanzar hacia la búsqueda y construcción de la paz que decimos anhelar
y que merecemos. En ese escenario el pueblo debe acceder al poder incluso el
institucional de forma democrática.
Los
sectores populares y el movimiento social colombiano que trabajan y trabajamos
en defensa de la soberanía, de una educación pública y de calidad con
preparación para la libertad, que exigimos la desmilitarización de la vida de
las comunidades, que exigimos que la riqueza minero energética del país sea
para generar bienestar sustentable para nosotros en equilibrio y respeto con la
naturaleza y el medio ambiente, que exigimos la salud como un derecho, que
rechazamos las semillas transgénicas y la titulación particular de nuestra
riqueza agrícola y biológica, que buscamos la seguridad y la soberanía
alimentarias, que queremos ciudades para la vida y no para los intereses
privados que se articulan en ONU Hábitat, que exigimos que la carga tributaria
del Estado sea justa y que pague más quien más tiene y menos quien menos tiene,
que trabajamos el campo con enfoque agroecológico; estamos llamados a trabajar
en la unidad de todo el sector popular para organizar la interlocución con el
gobierno y las élites, de forma tal que encontremos las soluciones que nos
conduzcan a una paz real.
El
llamamiento hacia una Mesa Social por la Paz es un momento del pueblo unido, de
decidir la paz que queremos y el desarrollo de los tiempos de los post
acuerdos.
El estado actual de
las cosas es crítico, la naturaleza no aguanta más, el agua está en franco
peligro, el desempleo y la informalidad cunden, el precio de la gasolina es una
afrenta para nosotros como pueblo de un país productor, los señores de las
élites han demostrado la ineficiencia y el desinterés por conducir al país por
la senda del buen vivir. Es hora de exigir soluciones y ese proceso es con el
pueblo. Ese proceso se asume superando el temor, juntando los brazos,
trepidando la tierra con los pies de un pueblo que camina unido. Es hora de
construir la paz real, pero con el pueblo, escuchando, hablando y decidiendo
con el pueblo. Es hora de avanzar hacia un Paro Cívico Nacional que unifique
los intereses del Pueblo y se materialice en realidades objetivas, económicas,
políticas, culturales y sociales. Las condiciones pacíficas en que ello se dé
las determinan las élites por ser quienes se han apoderado del gobierno y de la
representación política. Pero el Pueblo debe asumir la exigencia de la historia
y buscar su destino digno. La Paz del Pueblo se construye con valor, con
decisión y con dignidad. Es la hora