Porque
sus ojos dicen que la vida se vive a diario, porque la sufren bajo el peso de
la historia, la disfrutan en el horizonte de los sueños, porque la siembran con
el cogollo del plátano, la iluminan con una instalación para el hijo, la lloran
ante la visión de la quebrada que se seca, como se evaporan los anhelos
juveniles.
Porque
sus ojos brillan en medio de la penumbra y le dan vida a la inmensidad oscura.
Porque
su rostro lo construyo de lado y de frente. Y la vida aparece en ese lienzo con
perspectivas de profundidades varias. Como la tierra a las semillas. Con
reflejos del sol, con sus pinceladas sobre el manto eterno del recuerdo de sus
rasgos. De una nariz telúrica, equilibrada, abisal. Sólo suya. Sin ella, no
sería Ella.
Con
labios finos de frente y de lado. Finos y celosos. Guardianes de secretos.
Firmes. Custodios de anhelos. Liberadores de verdades. Firmes. Por ellos fluye el soplo de la vida. Las
verdades calladas, las canciones cantadas. El café compartido. La frase
inacabada que quedó bebiendo el agua de la primera vez, que se alimentó de
curiosidad y de memorias, que se abonó en las charlas y en las noches. Que está
lista para cosechar. Por ellos fluye la despedida insuficiente, el nuevo saludo.
El Hola que se espera. Nuevamente la vida.
Porque
sus manos hermosas y finas, tímidas y cálidas trazan el relieve de las palabras
supremas, de las canciones de mujer, de las compras en el mercado, de las
historias en la cocina, del plato servido, de los hijos atendidos. Esculpen y
eternizan los anhelos de la vida, en el papel que luego se rompe, en el
alimento que se ofrece, en la orden señalada, en la tarea que se ayuda, en el
abrazo que conforta.
Porque
dejan una leve calidez. Leve y mítica. Porque sus brazos son largos y tocan la
tierra, y alcanzan hasta siempre.
Porque
sus pies son ágiles y blancos. Son una epifanía. Caben en la portada de un
libro. Caminan los caminos y abren los senderos. En ellos descansa el agua.
Allí donde cayó, nació una fruta.
Y
de pie o de rodillas tiene la misma estatura. Y huele dulce. Y es libre aunque
esté atada a los quereres. Tan libre que piensa en otros y se compromete. Y se
detiene. Y piensa en avanzar. Y es Mujer. Vive y Ve. Camina y Viaja. Y Sueña. Y
Piensa y Habla. Y Calla. Y juega al fútbol.
Porque
su perfil es la vida. Y es de vida.
Y
al amanecer su silueta es el paisaje. Las luces avanzan como un velo sobre su
cuerpo. Mientras camina e inicia el día nuevo. Su perfil es de vegetación, que
es su mismo Yo. Los quehaceres cotidianos y los sueños desde siempre. Lo que
dice y lo que calla. El agua que cabalga
hasta sus pies. El caballo que gusta montar por las veredas. Con el viento.
Con los ojos posados en la meta.
Y
su vida es grande. Dulce, cálida, fértil, lúbrica, elocuente, simple, maternal,
deportiva, comprometida, trascendente, débil, fuerte, triste, cantarina,
colosal. Aunque a veces sienta que la “vida se va al agujero, como la mugre en
el lavadero. Aunque siempre la vida sea seria y a pesar de ahogarse en la
miseria”.
Porque
cuando se conoce, no se olvida. Porque guarda la grandeza de la semilla que
alimenta, porque su estatura llega al sol y sus manos siembran la tierra.
Porque su mirada abarca abismos y su pecho contiene el fuego. Porque su boca
libera luces y su piel guarda olores de fruta.
Porque
mirada de perfil, completa las constelaciones.