Por: Carlos Mario Marín Ossa *
@MarioossaM
La ciudad desde la época de
los griegos, ha sido el espacio en donde se desarrollan las relaciones sociales
de quienes habitamos en ella. Dichas relaciones han evolucionado dentro del
marco de la democracia que en un principio sólo podía ser practicada por
quienes tenían derechos en la “civitas” o ciudad griega. Estos ciudadanos con
derechos eran por supuesto los hombres griegos, ya que ni las mujeres ni los
esclavos eran considerados ciudadanos. Hoy en día las mujeres participan con
plenos derechos ciudadanos y los esclavos no existen –se supone- en una
sociedad que ha expandido el concepto de ciudadanía a cualquier organización
humana, sin importar el espacio geográfico que habite.
Pero el ciudadano (ya
expresamos que el habitante rural lo es también) adquiere además de sus
derechos unos deberes para con su entorno tanto físico, como humano. El punto
en donde ambos se encuentran son los valores cívicos. Como tengo derecho a la
libre expresión, mi deber es respetar las ideas que expresan otros; sin
perjuicio de la sana crítica y el debate ante puntos de vista que considero
errados o nocivos para la sociedad. Mi derecho a la paz va íntimamente ligado
con el deber de procurarla y defenderla, de no ser transgresor del respeto por
la persona humana, su dignidad y libertades. Como tengo derecho al sufragio, mi
deber es ejercerlo sin vender mi conciencia, actuando dentro de un sistema
democrático que garantice que el orden político está sirviendo a los intereses
del pueblo del cual emana el poder público. El derecho que me otorga la
Constitución Nacional a la participación efectiva, me genera el deber de
apropiarla, es decir, de participar efectivamente dentro del marco
constitucional y la Ley. Los servidores públicos están en la obligación de
garantizar los espacios de participación, para tratar los temas de ciudad y en
general todos los asuntos que me afectan como habitante de la ciudad, es decir,
como ciudadano. Como tengo el deber de aportar al fisco, tengo el derecho de
saber en que se invierten mis impuestos y cómo los administran los servidores
públicos, que son mis empleados.
Cuando llevo a la práctica
los deberes y derechos que tengo como ciudadano, estoy ejerciendo mi ciudadanía
y ayudando con ambos a la construcción y cuidado de lo público.
Algunos servidores,
empleados, trabajadores, administradores o como se les quiera llamar a los
elegidos o designados para el trabajo público; parecen desconocer esta realidad
o ignorarla adrede. Se molestan cuando se les fiscaliza, nos miran con desdén,
nos engañan, nos ignoran y en casos más aberrantes, nos asaltan, no sólo en
nuestra buena fe sino que a veces el asalto va más lejos.
Deben recordar ellos (y
también nosotros), que tenemos la triple condición de seres humanos, ciudadanos
y contribuyentes. Derechos por donde se mire, pero también deberes. Y estos
servidores públicos también son ciudadanos.
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