*Fragmento de la editorial de la Revista CEPA No. 28 de 2019
El
negacionismo histórico en Colombia es de vieja data, compatible siempre con la
desigualdad estructural y la injusticia que permea a nuestra sociedad, y en el
cual han sido partícipes directos las jerarquías católicas, miembros del
partido conservador y militares. Así lo demuestra lo acontecido durante la
Masacre de las Bananeras (1928), perpetrada por el Ejército colombiano , cuando
el comandante de ese operativo criminal, el General Carlos Cortés Vargas, la
negó aduciendo que solamente habían muerto nueve personas, uno por cada punto
del pliego de peticiones que habían presentado los trabajadores.
Los
voceros de diversos sectores de las clases dominantes (agrupados políticamente
en torno al Centro Democrático) han sentado las bases de un nuevo revisionismo
histórico sobre importantes luchas de las clases subalternas o acciones que las
afectan. Al respecto, la Senadora María Fernanda Cabal, ligada al gremio de los
ganaderos, ha dicho que la masacre de las bananeras fue un invento de Gabriel
García Márquez, que nunca aconteció. Esa misma senadora ha agregado que los
asesinatos de Estado durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (conocidos con
el eufemismo de “falsos positivos”) estaban justificados porque los ejecutados
eran unos delincuentes, que en el Palacio de Justicia no hubo desapariciones
forzosas porque “ya están apareciendo” y, por supuesto, que en Colombia no ha
habido conflicto armado, sino una amenaza terrorista…
Ahora
el negacionismo histórico tiene nuevos bríos, más evidentes si se tiene en
cuenta que desde hace algunos años se venía hablando de manera recurrente de la
paz, haciendo alusión a la desmovilización de la guerrilla de las FARC. En el
contexto de aparente fin del conflicto armado con una de las partes, se generó
la ingenua suposición de que ahora si iba a brillar la luz de la historia y se
esclarecería la responsabilidad criminal del bloque de poder contrainsurgente
(formado por el Estado y las clases dominantes) en la guerra que nos asola
desde hace más de medio siglo.
Esa
vana ilusión pronto se ha esfumado, tanto en lo referente a la interpretación
histórica como al incumplimiento descarado de los mal llamados “acuerdos de
paz”, por parte del Estado colombiano y las clases dominantes, que han hecho
trizas los acuerdos de La Habana y del Teatro Colón.
Este
negacionismo histórico criollo enfatiza como idea cardinal que en Colombia no
ha existido conflicto armado. En esa dirección, los intelectuales y periodistas
orgánicos de la extrema derecha nos aseguran que el democrático Estado
colombiano ha estado asediado por terroristas y, en legítima defensa, ese
Estado y las clases dominantes se vieron obligadas a organizar grupos de matones para defenderse y proteger
la sagrada propiedad privada. Con este presupuesto se bendice al
paramilitarismo, al que se presenta de manera benigna como una respuesta
adecuada a la existencia de la guerrilla, sin que se relacione con decisiones
políticas del Estado y las clases dominantes. En el mejor de los casos, si
existieran responsables por parte del Estado son simples casos aislados (unas
cuantas manzanas podridas), pero no responden a ninguna estrategia estructural
de fomentar el terrorismo de Estado.
Con
este negacionismo se pretende que la sociedad colombiana nunca pueda conocer la
responsabilidad directa del Estado, de las fuerzas armadas y de los “hombres de
bien” del país, en los crímenes perpetrados en los últimos 70 años y no se sepan los nombres de los organizadores de
genocidios políticos, como los de la Unión Patriótica, y de las numerosas
masacres cometidas por paramilitares a lo largo y ancho del país.
De
la misma forma, se difunde la mentira que Colombia es una sociedad justa e
igualitaria, que ha soportado el bandidaje de enemigos del orden y la propiedad,
sin que hayan razones que expliquen la existencia de la insurgencia armada y de
la protesta social. Entre los enemigos
de ese “orden democrático” se incluye a los que son denominados como terroristas
o sus cómplices, entre los cuales se señala a dirigentes políticos de
izquierda, profesores, estudiantes, sindicalistas, campesinos, mujeres pobres y
a todo aquel que sea visto como un potencial peligro para el capitalismo
colombiano. Lo peor es que no sólo se les señala con el dedo acusador, sino que
se les está matando a cuentagotas de sangre.
La
estrategia negacionista en Colombia recurre a diferentes instrumentos, con el
fin explícito de instaurar la amnesia colectiva y obligatoria, algo esencial
para el régimen Uribe-Duque en su ambición de permanecer en el poder por mucho
tiempo, y en limpiar su trayectoria criminal. Por eso, han copado, con sus
fichas de extrema derecha y negacionistas abiertos del conflicto armado al
Centro de Memoria Histórica, institución que tampoco ha sido tan independiente
y crítica como ahora pretenden algunos de sus
defensores, puesto que parte de la premisa de que todos los actores armados son
responsables de la violencia (eso sí, menos el Estado) que en Colombia nunca ha
habido terrorismo de Estado y que no hubo genocidio de la UP, entre algunas de
sus posturas “finamente” negacionistas.
No
resulta extraña la ofensiva de tipo educativo de tinte negacionista con la
publicación de textos escolares, uno de ellos de Editorial Santillana, dirigido
a niños de quinto de primaria, en el que se hace una apología de la “Seguridad
Democrática”, sin que se mencionen los diez mil crímenes de Estado (mal
llamados “falsos positivos”) que se realizaron durante este período de la
historia colombiana.
Los
voceros del Centro Democrático han ido más lejos aún en su labor negacionista
al pretender crear leyes que prohíban la enseñanza crítica y la formación
política, con argumentos similares a los de Jair Bolsonaro en Brasil. Se
quiere, simplemente, que las nuevas generaciones de colombianos no puedan
conocer la magnitud del Terrorismo de Estado en Colombia y terminen defendiendo
a los terratenientes y los grupos económicos (los “cacaos”) que han
ensangrentado este país.
*Editorial Revista CEPA (Centro
Estratégico de Pensamiento Alternativo) No. 28 – “Derechización y Negacionismo
Histórico”.