"Y fue así que, caminando,
encontré seres con la bondad y la
humanidad que el resto había perdido"
Hay rituales necesarios, que se descubren en los confines del mundo.
Una mujer aparece de pronto, con
caminar pausado y joven, la mirada que
guarda miel, la piel que le compite a la arcilla y a la almendra, unos brazos
suaves y torneados que atraviesan cuatro venas púrpura , la cadera voluptuosa,
las piernas firmes, los puños cerrados, el cabello castaño como una integral.
Y uno entonces se acerca, y saluda.
Y escucha esa voz que se queda en la memoria, con palabras cortas, de conversas
específicas. Y descubre una geografía en su frente concisa, en sus ojos
pequeños, en sus pómulos definidos, en su nariz de Fibonacci, en su boca concreta
y en su cuello serrano.
Y desde los contornos del espacio
se la observa pasar, una y muchas veces, hasta hacerse necesaria. Porque tiene
roles en plural; y hoy va vestida de campesina y mañana de cocinera, luego es
costurera y en la tarde futbolista, después se viste para el baño y luego para
el cine. Se viste de mujer fuerte y se viste para dormir.
Entre saludo y saludo uno la mira
y ella lo mira a uno. Y uno va pensando, e imaginando. Y se comparte el juego,
después se comparte el pocillo con agua. Para calmar la sed. Y a veces para que
la sed siga creciendo. Y entonces las miradas se cruzan más seguido, para pasar
el balón. Y también cuando el balón ya está lejos.
En cualquier momento ocurre que de
pensar tanto, uno escribe. Y tacha y borra. Y escribe. Lee, piensa, tacha,
borra. Y escribe. Y en cualquier momento uno va por un camino y se la
encuentra. O puede ser que ambos sabíamos la ruta y la hicimos común. Y la
mujer lo mira a uno a los ojos y sonríe. Entonces uno piensa y mira hacia
atrás, pero ya se va alejando. Y puede ocurrir que mientras uno se toma un café,
la mujer se acerca para pedir un favor. Por supuesto un favor no se puede negar a una mujer como
esa mujer. Y entonces es necesario dirigirse a la habitación y entregarle el
objeto requerido. Y es así que uno debe
confesarle que escribe para ella y por ella. Y el aire se espesa y el tiempo se
suspende.
Ocurre en ocasiones que uno lee
en público aquello que ha escrito. Y el público escucha descripciones hermosas y palabras esculpidas.
Y la mujer que está entre el público sabe que aquello que se lee es por ella y
para ella. Que los cuadros y los platanales son sublimes porque existe ella.
Que se han inventado fórmulas y mediciones porque ella recorre unos caminos que
es necesario hacer coincidir. La mujer descubre que su cuello tiene fronteras
donde nace el aroma que llena el espacio y que cuando juega, los puntos
cardinales se convierten en el marco donde el día vive y muere. Descubre que
los grillos cantan para ella.
De pronto en el recodo de un
camino, tras un árbol, la mujer aparece. Y pregunta algo, y al cruzarse las
miradas, la penumbra se ilumina. Y uno
se despide aunque quisiera seguir
al lado de ese árbol. Y ocurre a veces que cuando uno y la mujer se encuentran, las manos comienzan a rozarse
mientras sigue la marcha. Y otras veces las manos se entrelazan y las miradas
se esquivan. A veces las miradas se encuentran y las manos se huyen.
Y ocurre entonces que bajo la
lluvia uno le entrega aquello que ha escrito por ella y para ella. Y siente su
piel suave y su turbación. Y la besa. Y continúa el camino. La mujer desde
una piedra lo mira a uno y
sonríe. Una sonrisa dulce y brillante. Y
cómplice. Atrás está el rumor del río. Y el sol ilumina su piel de arcilla y de
almendra.
Nace entonces un ritual matutino,
entre las sombras del amanecer, con una taza de café entre las manos y la
espera en el corredor de su habitación. Para ser la primer persona en decirle
buenos días, en decirle que es bello saber que ella existe, en escuchar su
respuesta suave y en escuchar el nombre de uno que sale de su boca.
Pero también ocurre a veces que
el domingo se termina. Y entonces se dan las despedidas. Y cuando uno y la mujer se trenzan en ese
abrazo, la respiración, y los brazos apretados con fuerza alrededor de los cuerpos,
dicen todo lo que es necesario saber. Y el abrazo se extiende, y se aprieta
más. Y entonces los pechos bailan acompasados, y el abrazo no se termina. Y uno
desea que no termine, porque es bueno quedarse con esa mujer. O llevarla
consigo. O llevarla a la sierra, a las inmensidades de su casa. Y quedarse para
seguirle escribiendo, y sentarse a su lado y seguirla abrazando.