Esa
mujer menuda y reservada se acercó a saludarme. Casi imperceptible en medio de
la inmensidad del mundo, me enseñó sus ojos vivos y un poco tímidos. Pero
tenían vida. Los ojos son el espejo del alma, decían los abuelos. Y es cierto.
Esos ojos no tenían pretensiones, pero no se podían ignorar. Hurgando sin
aspavientos entre todo el movimiento, no intentaban ser como los ojos de muchas
otras que se han cruzado en mi camino, que miran sin conciencia. Pero veían.
Eran ojos de mujer del pueblo, de mujer que ha vivido, ojos que han visto, que
han amado, que han llorado, ojos que tienen esperanza, tal vez un poco de
desconsuelo. No me parecieron ojos que han odiado – a pesar de tantas
incertidumbres y traiciones, a pesar de las dificultades -.
Esos
ojos han visto hijos nacer y crecer, han visto compañeros llegar e irse. Son
ojos que han trabajado. Ojos de mujer humilde pero con ideas propias. Tal vez
ideas sencillas, pero profundas. Son ojos de mujer que elige su destino, ojos
surcados por pequeñas arrugas bajo una frente que han coronado otros surcos de
la vida. Ha vivido.
Bajo
la inmensidad de una noche ignota le conté que me gustaba mirar los ojos de la
gente. A mí los ojos me cuentan cosas, como me cuentan de pasados las canciones
de la radio. Ella me contó de vidas humildes y sencillas, de pequeñas y grandes
luchas, de esperanzas.
Me
sorprendía el respeto con que se dirigía a todos. Pero sin servilismo. Con
asertividad. Yo le agradezco su respeto. Para respetar hay que tener conciencia
del otro y que el respeto existe. Para tener lealtad, hay que saber que eso
existe. Para vivir hay que saber que la vida existe. Pero no como una sucesión
aburrida de segundos, minutos, horas, días, meses y años. Para vivir, es
necesario decidirse a vivir.
Yo
la vi como una saeta jugando fútbol. Hace mucho no me divertía viendo jugar
fútbol. Hace tiempo no me admiraba viendo jugar fútbol. Y lo hacía bien. Pero
sobre todo, lo hacía con alegría, con compromiso. Pero no con el compromiso de
agradar a otros, no por ganar. Lo hacía con el compromiso de vivir. Es que al
final la vida es corta y es importante vivir ya.
No
es una mujer especialmente hermosa, con esa hermosura de los catálogos de moda,
de los avisos de los gimnasios. Pero era hermosa. Tenía la hermosura de una
mujer. De una mujer que es consciente de si misma. Sin aspavientos, sin
aspiraciones artificiales. No es joven ni es vieja. Pero es vital. Es joven
desde el interior de la vida, desde los océanos insondables del alma de mujer.
No
hablamos mucho. Pero fue suficiente.
Su
nombre no es necesario. No importa. Pero importa.
Me
gusta pensar que por alguna casualidad, a través de los meandros de la vida y
del tiempo, llegará a leer este homenaje. Que sabrá que para mí existe. Que su
existencia humilde y respetuosa es especial. No todas las mujeres merecen ser
recordadas. Pero algunas si.
No
hablamos mucho. Pero fue suficiente.