Por : Carlos Mario Marín Ossa
@MarioossaM
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Transcurridos
quince días desde el inicio del paro nacional agropecuario y de varios sectores
más, es posible aventurarse en diferentes interpretaciones acerca de su
trasfondo, del papel de los actores estructurales y coyunturales, así como de
la actual situación y lo que nos espera
en Colombia respecto de los sectores estratégicos sumados al paro nacional
–situación que no se presentaba desde finales de la década de los setenta-.
Cabe
recordar que el antecedente más inmediato fue el paro cafetero de marzo de
2013, proceso que inició su articulación
mediante la suma de voluntades de los cafeteros del país, casi un año atrás,
durante la realización del encuentro en Riosucio – Caldas -. En marzo de 2013
se asumieron algunos compromisos por parte del gobierno nacional que no se han
cumplido a cabalidad, y que aunque así se hiciera, no solucionarían el problema
cafetero que tiene un fondo más complicado y desalentador, porque los subsidios
no resolverán un problema estructural que implica incluso la participación del
mercado internacional y de los gobiernos extranjeros.
Paro cafetero febrero - marzo de 2013. Remolinos/Belén de Umbría. |
Con
la realización de este paro cafetero, los demás sectores agrícolas sopesaron
sus posibilidades de sumar sus reclamos a una jornada agraria nacional, como la
que hoy vemos en desarrollo. Porque la situación del campo minifundista ha sido
ignorada de forma sistemática por los gobiernos de la república –todos en manos
de representantes de la oligarquía nacional, descendiente de los españoles
criollos que expulsaron a los españoles de la corona, pero que reprodujeron
todo el sistema de inequidad de aquellos-.
Lo que le falta al campo.
Pudiera
decirse que lo que le falta al campo es esencialmente “democracia” y luego una
reforma agraria real con política integral. Ese manido discurso sobre la
democracia más estable de América es sólo una mentira, y el campo colombiano es
el mejor testigo de ello.
Una
vez terminada la guerra de “independencia”, misma que necesitó de recursos
financieros para su sostenimiento, los criollos ricos que podían subsidiar
dicha guerra a cambio de bonos de deuda de la futura república, redimieron los
mismos tomando como pago las tierras abandonadas por los españoles
continentales, por la iglesia, las tierras surgidas de las reforma a los resguardos
indígenas y por supuesto las baldías; que según cálculos de algunos autores,
para la época superaban el 80% del total de la extensión del país en hectáreas.
Así se privilegió el mantenimiento de la hacienda y la consolidación del
latifundio sustentado en las tierras más productivas, más llanas y más
beneficiadas por el baño de los ríos.
En
1996 el 44,6 % de la propiedad agraria en Colombia, con extensiones iguales o
superiores a 500 hectáreas, estaba concentrada en tan sólo 7.459 predios.
Mientras tanto el 13% de esta propiedad agraria, con extensiones entre 0 y 20
hectáreas se repartía en 2.091.583 predios. Siete años más tarde (2003) la
distribución de la propiedad agraria había cambiado dramáticamente: el 62,6%
con tamaños iguales o mayores a 500 hectáreas, se encontraba concentrada en
10.140 predios y el 8,8% de la misma con extensiones entre 0 y 20 hectáreas
estaba representada en 2.330.036 predios [1[i]].
De acuerdo a datos
entregados por el Senador del Polo Democrático Alexander López Maya durante una
conferencia dictada con motivo del aniversario del Comité Fals Borda en 2012,
de 118 millones de hectáreas que conforman el territorio nacional, 38 millones
de hectáreas están dedicadas a la explotación de hidrocarburos, 11 millones de
hectáreas están entregadas a la explotación minera y 1 millón dedicadas a la
explotación forestal. Encontramos pues, que las tierras dedicadas a la siembra
de alimentos y artículos agrícolas como el café –que no es un alimento, sino un
estimulante- son la minoría.
Tierras agrícolas de ladera en Caramanta - Antioquía |
Una
reforma agraria real que democratice la propiedad del campo, que le permita
insertarse de forma productiva de acuerdo a la vocación natural –que es sembrar
alimentos como garantía de la soberanía alimentaria de la nación- y por
supuesto sostenible, alejada de la especulación de la propiedad agraria
improductiva, es la gran deuda de los gobiernos republicanos de la historia del
país. En el año 2010, el índice Ginni para la concentración de la propiedad de
la tierra en Colombia alcanzó el desastroso resultado de 0,871 [2[ii]].
Esto es, que existe una inmensa concentración de la tierra en pocas manos,
tanto así que algunos estudios hablan de que el 80% de propiedades están
conformadas por extensiones de la “mitad” de una unidad agrícola familiar (UAF)
[3[iii]], en
tanto el 1% de los propietarios tienen el 52% de la tierra productiva, y no
precisamente utilizándola para sembrar alimentos.
La agricultura colombiana,
un sector estratégico de seguridad nacional.
Pero
también se necesita de una política integral que parta desde una reforma
Constitucional en donde se deje explícitamente consignada la agricultura
colombiana y el campo por supuesto, como sectores estratégicos de seguridad
nacional, los cuales no se puedan afectar con políticas comerciales o de libre
cambio con otras naciones. Así, deben ser renegociados los tratados de libre
comercio con Estados Unidos y Europa, o derogados, de forma tal que nuestra
agricultura no deba competir con otras que producen con estructuras de costos
menores y subsidios de sus gobiernos –apoyos que el gobierno colombiano no le
da a nuestra agricultura- por lo tanto se ve abocada a competir en posición de
desventaja o dumping inducido por
nuestro “propio gobierno” en una franca traición a la patria.
La
defensa contra la apropiación legal e
ilegal de la tierra productiva por parte de multinacionales extranjeras, grupos
económicos locales, antigüas familias de estirpe terrateniente y funcionarios
cercanos o integrantes del gobierno (miembros de la oligarquía local) debe
hacer parte de una política de Estado. Desde la tristemente célebre United
Fruit Company y su gobierno extranjero sobre más de 200 mil hectáreas al lado
del mar caribe –entregado en 1905, con sumisión, por el entonces presidente
Rafael Reyes- que ejecutó a su arbitrio “La masacre de las bananeras” sobre
obreros colombianos que reclamaban derechos laborales y calidad de vida –igual
que hoy-, hasta Drummond, Pacífic Rubiales, Glencore, Anglo Gold Ashanti en la
actualidad; nada ha cambiado frente a la entrega de vastos territorios
colombianos a la explotación de tierras de vocación agrícola, o de reservas
ambientales a los extranjeros a cambio de nada. Cabe recordar el reciente
escándalo de apropiación ilegal de tierras baldías –es decir, que pertenecen al
Estado- por parte de Cargill, Mónica Semillas, Grupo Valorem, Ingenio Riopaila
Castilla, el banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo; y de forma más reciente las
denuncias de congresistas del Polo sobre similar conducta por parte del hasta
hace poco embajador ante USA, Miguel Urrutia –íntimo del presidente Santos y
gerente de su anterior campaña política-, de Pacho Santos e incluso de la
ministra de educación.
Se
deben eliminar las patentes en Colombia sobre las semillas de nuestros
productos agrícolas, que ahora están en manos de las multinacionales Dupont
(U.S.A.), Syngenta (Suiza) y Monsanto (U.S.A.), así como la penalización de las
actividades de siembra con semillas naturales colombianas.
Detalle de mercado campesino en un pueblo de la región andina. |
Fomentar
el retorno de los colombianos al campo, debe ser un propósito nacional, para
que existan personas que trabajen la tierra y produzcan alimentos. Se debe
revertir la proporción de 70/30 a favor de la población urbana, que inició el
infausto gobierno de Misael Pastrana Borrero azuzado por su asesor económico de
“confianza” Lauchlin Currie –gringo, por supuesto- como forma de desincentivar
el trabajo del campo a favor de llevar mano de obra barata a las ciudades, para
la expansión industrial, pero sin pensar cómo íbamos a hacer para cosechar
nuestros alimentos.
Por
supuesto, el establecimiento de apoyos estructurantes, como condiciones de
precios de insumos, abonos orgánicos, maquinaria, tecnología y subsidios. Sólo
así el campo colombiano podrá tener futuro.
Como
expresaba el maestro Orlando Fals Borda, “La vocación agrícola de Colombia no
debe avergonzarnos como sociedad o como nación : se trata de la actividad más
importante y potencialmente más rentable en el presente siglo plagado de
hambrientos y sedientos en más de medio mundo. De ella depende en mucho la paz
y la prosperidad universales” (Sic) [4[iv]].
Los actores vigentes que
inciden en el paro.
Descendientes
de los actores estructurales del problema de la tierra en Colombia, se
encuentra como representante de la oligarquía colombiana, el presidente Juan
Manuel Santos. Este busca pasar a la historia como el presidente reformador que
obtuvo la paz. Pero esto no significa que a la vez busque todos los medios para
mantener las prebendas de su clase social redefiniendo la realidad del país a
través de negociaciones con factores reales de poder actuales, que a su vez
recibirán una parte del botín. En el marco del proceso de paz con la guerrilla
de las FARC y posiblemente del ELN; el primer punto de la agenda es “la
política de desarrollo agrario integral”. Como cabe entender, requieren los
acuerdos al respecto, cambios que se deben generar desde el congreso de la
república. Y en dicho congreso están sentados en su mayoría los representantes
de los actores estructurales del conflicto agrario, es decir, de
terratenientes, banqueros y multinacionales; razón por la cual el paro agrario
es una excelente oportunidad e incluso excusa para que a través de las
reclamaciones y el descontento popular se lleven a cabo las reformas necesarias
para cumplir con las expectativas y redefiniciones en materia agraria, que se
requerirán para el reordenamiento del país en el postconflicto.
Otros
actores de peso son, las familias terratenientes del postconflicto de
independencia y algunos herederos de quienes se hicieron a la propiedad de la
tierra por la vía de la violencia. Se ubican estos grandes latifundistas en
regiones de la costa atlántica y del valle de influencia del rio Cauca. Buscan
defender sus estructuras económicas y sociales, para garantizar su posición y
el disfrute de sus prebendas; y pactando el fin del conflicto armado pero sin
ceder la posesión de la tierra.
Grandes extensiones de tierra fértil y llana, se ven en el valle del río Magadalena. Generalmente dedicadas a la ganadería extensiva o dedicadas a la especulación financiera. |
Por
el lado de las organizaciones subversivas armadas que surgieron como respuesta
al saqueo de la tierra y a la exclusión política, están las guerrillas. Estas
sin duda tienen influencia en vastos territorios del país y buscan obtener la
conformación de las zonas de reserva campesina (parte integral de su apuesta
ideológica), zonas creadas legalmente (Ley 160 de 1994, artículo 1º. Literal
noveno) desde hace años.
El
narcotráfico y paramilitares son otro actor de este momento de la historia,
también poseedores de tierras que no desean perder o entregar. Otros actores son las multinacionales
que viven de la explotación de la riqueza de naciones débiles que no se les
oponen, y que terminan pagando los costos invisibles de la explotación a
ultranza de recursos naturales renovables y no renovables en condiciones de
neocolonia sin contraprestación digna. Con las crisis sistémicas del
capitalismo, la degradación ambiental, el aumento de las tensiones por
alimentos, medicinas, biocombustibles, necesidad de producción de oxígeno, y la
creciente importancia del agua, estas multinacionales programan la nueva
explotación de nuestra nación mediante la dominación de la tierra, para
asegurar sus expectativas de ganancias.
Finalmente,
y los más importantes, son los campesinos pobres de Colombia. Son ellos quienes cultivan la tierra, dedican
su vida a la actividad que provee de comida y artículos agropecuarios a los
cerca de 46 millones de colombianos. Son ellos, quienes han padecido y padecen
los avatares de un trabajo que en este país ha sido despreciado por los
gobernantes de la Casa de Nariño, que decidieron hace ya muchos años, apoyar el
campo noerteamericano y la actividad pecuaria europea; sacrificando el
bienestar del campesinado nacional y condenándolos al hambre y la miseria.
Campesino colombiano. |
Muestra de ello son los TLC´s firmados con el país del norte y la Unión
Europea. Las condiciones aceptadas en estos, abren las compuertas para la
competencia sin barreras de los productos agropecuarios foráneos, productos que
se elaboran o cosechan en el marco de economías de escala, subsidios
multimillonarios de sus gobiernos, insumos y pesticidas de origen local –con menores costos- infraestructura vial de
lujo –que abarata los costos de fletes-; en tanto que el campo colombiano es
abandonado financieramente, la infraestructura vial es deplorable, los
pesticidas y agroinsumos son importados, la maquinaria igual. Es decir, una
política bien calculada desde los gobiernos nacionales, para impedir cualquier
asomo de viabilidad en la competencia de nuestro sector agrícola. Por eso, el
paro se da buscando el giro del modelo económico que privilegia al extranjero y
ataca al nacional. En manos de los alimentos del campo extranjero, nuestra
seguridad alimentaria está al vaivén de las condiciones externas. En momentos
de crisis de producción de alimentos, seremos los últimos destinatarios de los
mismos, o deberemos pagar altísimos costos para proveerlos –como ya ocurrió
bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y su ministro “estrella” Andrés Felipe
Arias-. Durante este gobierno, se expidió la Resolución del ICA No. 970, que
expone todas las condiciones para el cultivo agrícola colombiano. Más que
condiciones, puede decirse las trabas que se le imponen a los campesinos
pobres, para cultivar alimentos, la exigencia de comprobar según los designios
del ICA (del gobierno) la conformidad de derechos de autor (patentes a favor de
las multinacionales de semillas) sobre las semillas que se vayan a utilizar en
la siguiente siembra [5[v]]
con
lo que a todas luces se nota la actuación de los gobiernos de Colombia en favor
de los intereses extranjeros y en franco detrimento de los nacionales.
La
combinación satisfactoria de las necesidades alimentarias y de soberanía del
pueblo colombiano, la redefinición política y legal de los factores reales de
poder en Colombia y el ejercicio de la democracia sobre la tierra, son los
elementos que a mi juicio definirán el futuro del tema agrario en nuestra
Nación.
_____________________________________
[1[i]]
Aurelio Suárez Montoya, El modelo agrícola colombiano y los alimentos en la
globalización, Ediciones Aurora, Primera edición, página 99, Cuadro I-37,
Bogotá 2007.
[2[ii]]
Carlos Alberto Suescun, Fals Borda y la cuestión agraria en Colombia : vigencia
y legitimidad conceptual, en Revista CEPA No. 17 “Socialismo Raizal”, página
38, agosto – diciembre de 2013.
[3[iii]]
Unidad Agrícola Familiar (UAF) : Extensión de tierra formalizada, que el Estado
le entrega al colono campesino, de forma que este pueda obtener un
rendimiento y a la vez que le permita a la familia
subsistir. Hoy se calcula que la UAF debe permitirle percibir un ingreso
aproximado a 2 Salarios mínimos mensuales.
[5[v]]
Instituto Colombiano Agropecuario ICA, Resolución 970 de marzo 10 de 2010, Artículo 12 literal 1.4, en http://www.ica.gov.co/getattachment/03750a73-db84-4f33-9568-6e0bad0a507d/200R970.aspx