miércoles, 7 de marzo de 2018

Huertas campesinas para la vida digna.

@MarioossaM


Sobre la cordillera central, a sesenta y seis kilómetros de Pereira, capital de Risaralda, se encuentra el municipio de Apía. Enclavado sobre montañas verdes que constituyen un formidable sistema  biológico, viven gentes dedicadas a la ancestral labor de la agricultura. 
Apía es un municipio cuya economía se deriva principalmente de la producción y comercialización agropecuaria. Allí se cultiva y cosechan frutales como granadilla, pitahaya, aguacate, lulo, mora y tomate de árbol; plátano, yuca, arracacha, hortalizas varias, café y caña panelera. También cuenta con un comercio bien organizado, que ayuda a suplir las necesidades fundamentales de esta población.

Panorámica del municipio de Apía-Risaralda. Foto/Carlos Mario Marín Ossa


Apía consta de su cabecera municipal y de 45 veredas, las cuales constituyen más del 90% de los 214 kilómetros cuadrados de su extensión. Allí se pueden encontrar variados pisos térmicos como el medio que abarca 97 kilómetros cuadrados, el frío que abarca 108 kilómetros cuadrados y e páramo con una extensión de 9 kilómetros cuadrados en el Parque Nacional Natural de Tatamá (el abuelo de las aguas). Cuenta con tres ríos, el Apía, el Guarne y el San Rafael. De los cerca de 17.000 habitantes, en su área rural dispersa la mayor parte del campesinado productor se encuentra entre los 55 y 59 años.

Allí, en ese municipio de ancestro campesino, se desarrolló hace más de quince años un proceso comunitario llamado Asociación Centro de Gestión Alto San Rafael, en el cual campesinos y campesinas se encuentran para capacitarse, para decidir acerca del tipo de producción agropecuaria que desean trabajar y para buscar canales de distribución que los beneficie como productores, pero también que permita a los usuarios finales adquirir alimentos de calidad con producción limpia, sana de carácter orgánico y agroecológico.

Un proyecto para buscar la soberanía y seguridad alimentarias.

Silvio Orozco Giraldo es un ingeniero ambiental que lidera como representante legal esta Asociación, al lado de otras personas campesinas del municipio.  Luego de cubrir el trayecto desde Pereira y sorteando bastantes derrumbes en la vía, llegamos al municipio de Apía. Los derrumbes y el estado precario de la carretera en las sucesivas administraciones departamentales y nacionales no ha sido atendido debidamente, en una carretera que aspira conectar el desarrollo industrial y agropecuario del país con el pacífico a través del Chocó. 

Silvio cuenta que “el proyecto que se viene desarrollando hace cerca de dos años, fue formulado y presentado ante el ministerio de agricultura, para que este destinara los recursos financieros como fruto de los paros agrarios campesinos e indígenas de los años 2013 y 2014, a través de la CUMBRE AGRARIA, CAMPESINA, ÉTNICA Y POPULAR. Dicho proyecto busca mejorar la cantidad, calidad y oportunidad de los alimentos a que acceden las noventa familias beneficiadas, en Risaralda, Quindío y Norte del Valle.

Porque la familia campesina tradicionalmente ha cosechado su siembra y destina lo mejor de su producción al comercio, al mercado, dejando para sí lo de menor calidad. Aquí se trata de que el campesino y la campesina separe lo mejor de su producción para alimentarse y alimentar a su familia, que esa producción orgánica y agroecológica permita entregar excedentes de gran calidad a los consumidores finales, comida limpia, saludable”.
Veo y participo también en la construcción de los invernaderos que entrega el proyecto, de los elementos materiales con que quedan estas familias como fortalecimiento institucional de las mismas y de su asociatividad en escuelas campesinas agroecológicas.

Cultivos de pan coger. Producción orgánica-agroecológica.
Foto/ Carlos Mario Marín Ossa


Es una mirada de dignidad para el campesinado que produce la comida de este país y de respeto con quien la consume en pueblos y ciudades, al entregarle comida sana. Pero muy importante, un componente de filosofía política de unas comunidades que envían un mensaje que dice: aquí producimos lo que nosotros decidimos. Por todos lados este proceso rezuma dignidad.

El territorio lo ordenamos los habitantes.

En este proceso de asociatividad campesina, se han dado importantes avances de carácter político, por cuanto estas gentes de forma organizada han entendido y aprendido que el territorio donde ellas habitan se ordena de acuerdo a sus intereses, sueños y necesidades.

Los he seguido desde hace cerca de un año y medio, en los diversos encuentros, capacitaciones, compartir de experiencias, es decir en un diálogo de saberes. Debo reconocer que estos campesinos y estas campesinas me han hecho sentir profundamente ignorante – sin que sea su intención provocarme tal sentimiento – al hacer la reflexión que los títulos académicos, las experiencias citadinas, los apartamentos y casas lujosas, sólo constituyen esa imagen de la cárcel de cristal ya conocida. Cuando en las ciudades se nos vacia la nevera, debemos depender de nuevo de supermercados y grandes superficies (hoy extranjeras en su casi totalidad) para procurarnos los alimentos. Si no tenemos empleo ni dinero, pasamos hambre. Y nuestros conocimientos y vanidad no sirven para comer. Estas gentes son ricas, porque tienen cómo y de donde conseguir su alimentación. Reflexiono además, que esta es la razón de este largo conflicto armado colombiano, porque unos pocos siempre han buscado quedarse con la tierra y por ende con la riqueza de este pueblo nuestro.

Jhon Jairo Rodas, es otro de los socios fundadores de la asociación y quien también ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de estas comunidades. “Nosotros nos hemos juntado para trabajar y mejorar las condiciones de las gentes del pueblo. Hemos organizado un plan de vida, hecho por las gentes de aquí, y con ese plan de vida hemos influido en la organización del plan de ordenamiento territorial del municipio. Con la asociación logramos conseguir ese proyecto, para hacer huertas y que las familias beneficiarias tengan comida de forma permanente, comida de calidad y sana. Y de paso, se pueda comercializar lo que queda de las cosechas y conseguir unos pesos”.

Transformación de producción agrícola. Foto/Carlos Mario Marín O.


Con Jhon Jairo me encontré un domingo luego de hacer un recorrido desde la cabecera municipal hasta la vereda Alto San Rafael, a bordo del característico jeep Willis, pasando carreteras a través de bosques de niebla, pájaros y la presencia siempre imponente y mística del gran Cerro de Tatamá. Un real paseo por las nubes. Me enseñó entre otras cosas un manual formador para formadores que se trabaja en la escuela de la vereda, un módulo de agroecología que enseña a las nuevas generaciones el valor del campo y de la autodeterminación de sus gentes. Me enseñó su finca y me habló de sus sueños realizados, de su familia y de la alegría de estar con ellos en ese paraíso amado.

Ruta hacia la vereda Alto San Rafael. Apía-Risaralda. Foto/Carlos Mario Marín O.


Una chamán y curandera.

Subiendo hasta la vereda Alto Campana, en una casita rodeada de bosque nativo encuentro a doña Bertha. Ella es una mujer de ascendencia indígena, cuyos ancestros  han cuidado desde tiempos en que no había historia, al protector de estas tierras: El Tatamá. Allí se refugiaron sus ancestros y ella misma, luego de abrir un portal que los llevó a una ciudad de luz, para protegerse de los invasores. Ella regresó a este mundo porque debía descubrir su misión y cumplirla, nos cuenta a quienes estamos conversando con ella.

Luego de caminar muchos años por diversas partes de este país, de criar hijos, logró entender su misión y se regresó cerca de su cerro protector para entregar y recibir amor, y compartir su sabiduría ancestral, la curación de los cuerpos y de las almas.

Así es que se comprende la filosofía de la agroecología, en torno a la autonomía, la soberanía, la relación respetuosa con la naturaleza, con los territorios y las gentes, con los saberes ancestrales, la semilla nativa y la cultura popular campesina.

Doña Bertha. Foto/Carlos Mario Marín Ossa

De regreso a Apía, hablo con Mario Vergara, propietario de ferretería Depósito San Judas y quien ha hecho llave con la asociación para apalancar financieramente el desarrollo del proyecto, mientras que el ministerio realiza los desembolsos (que siempre llegan posteriores a la ejecución de las actividades). De esta manera el proyecto de huertas campesinas contribuye también a la dinámica económica de una región y un municipio, en donde las gentes se empoderan de las soluciones a sus problemáticas, con dignidad.

Gracias a la hospitalidad y gran cariño de las gentes de este proyecto, a Jhon Jairo, Mario Vergara, Hugo León y demás en Apía, a Doña Ana Lucía, Don Félix y demás familias en Dosquebradas,  a Evelio en Calarcá; y en general a las personas que con estas iniciativas nos conectan de nuevo con el campo y con la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario