sábado, 16 de septiembre de 2017

RITUALES

"Y fue así que, caminando, 
encontré seres con la bondad y la 
humanidad que el resto había perdido"



Hay rituales necesarios, que se descubren en los confines del mundo.

Una mujer aparece de pronto, con caminar pausado y joven,  la mirada que guarda miel, la piel que le compite a la arcilla y a la almendra, unos brazos suaves y torneados que atraviesan cuatro venas púrpura , la cadera voluptuosa, las piernas firmes, los puños cerrados, el cabello castaño como una integral.

Y uno entonces se acerca, y saluda. Y escucha esa voz que se queda en la memoria, con palabras cortas, de conversas específicas. Y descubre una geografía en su frente concisa, en sus ojos pequeños, en sus pómulos definidos, en su nariz de Fibonacci, en su boca concreta  y en su cuello serrano.

Y desde los contornos del espacio se la observa pasar, una y muchas veces, hasta hacerse necesaria. Porque tiene roles en plural; y hoy va vestida de campesina y mañana de cocinera, luego es costurera y en la tarde futbolista, después se viste para el baño y luego para el cine. Se viste de mujer fuerte y se viste para dormir.

Entre saludo y saludo uno la mira y ella lo mira a uno. Y uno va pensando, e imaginando. Y se comparte el juego, después se comparte el pocillo con agua. Para calmar la sed. Y a veces para que la sed siga creciendo. Y entonces las miradas se cruzan más seguido, para pasar el balón. Y también cuando el balón ya está lejos.

En cualquier momento ocurre que de pensar tanto, uno escribe. Y tacha y borra. Y escribe. Lee, piensa, tacha, borra. Y escribe. Y en cualquier momento uno va por un camino y se la encuentra. O puede ser que ambos sabíamos la ruta y la hicimos común. Y la mujer lo mira a uno a los ojos y sonríe. Entonces uno piensa y mira hacia atrás, pero ya se va alejando. Y puede ocurrir que mientras uno se toma un café, la mujer se acerca para pedir un favor. Por supuesto  un favor no se puede negar a una mujer como esa mujer. Y entonces es necesario dirigirse a la habitación y entregarle el objeto requerido.  Y es así que uno debe confesarle que escribe para ella y por ella. Y el aire se espesa y el tiempo se suspende.

Ocurre en ocasiones que uno lee en público aquello que ha escrito. Y el público escucha  descripciones hermosas y palabras esculpidas. Y la mujer que está entre el público sabe que aquello que se lee es por ella y para ella. Que los cuadros y los platanales son sublimes porque existe ella. Que se han inventado fórmulas y mediciones porque ella recorre unos caminos que es necesario hacer coincidir. La mujer descubre que su cuello tiene fronteras donde nace el aroma que llena el espacio y que cuando juega, los puntos cardinales se convierten en el marco donde el día vive y muere. Descubre que los grillos cantan para ella.

De pronto en el recodo de un camino, tras un árbol, la mujer aparece. Y pregunta algo, y al cruzarse las miradas, la penumbra se ilumina. Y uno  se despide aunque quisiera seguir  al lado de ese árbol. Y ocurre a veces que cuando uno y la mujer  se encuentran, las manos comienzan a rozarse mientras sigue la marcha. Y otras veces las manos se entrelazan y las miradas se esquivan. A veces las miradas se encuentran y las manos se huyen.

Y ocurre entonces que bajo la lluvia uno le entrega aquello que ha escrito por ella y para ella. Y siente su piel suave y su turbación. Y la besa. Y continúa el camino. La mujer  desde  una piedra lo mira a uno  y sonríe.  Una sonrisa dulce y brillante. Y cómplice. Atrás está el rumor del río. Y el sol ilumina su piel de arcilla y de almendra.

Nace entonces un ritual matutino, entre las sombras del amanecer, con una taza de café entre las manos y la espera en el corredor de su habitación. Para ser la primer persona en decirle buenos días, en decirle que es bello saber que ella existe, en escuchar su respuesta suave y en escuchar el nombre de uno que sale de su boca.


Pero también ocurre a veces que el domingo se termina. Y entonces se dan las despedidas.  Y cuando uno y la mujer se trenzan en ese abrazo, la respiración, y los brazos apretados con fuerza alrededor de los cuerpos, dicen todo lo que es necesario saber. Y el abrazo se extiende, y se aprieta más. Y entonces los pechos bailan acompasados, y el abrazo no se termina. Y uno desea que no termine, porque es bueno quedarse con esa mujer. O llevarla consigo. O llevarla a la sierra, a las inmensidades de su casa. Y quedarse para seguirle escribiendo, y sentarse a su lado y seguirla abrazando.  

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